Recordar a Miguel Arroyo

 


 

 

Por Susana Benko.

Se cumplen 100 años del nacimiento de Miguel Arroyo y 17 de su partida. Conviene hoy recordar su valioso aporte a la cultura venezolana. Fue ceramista, pintor, docente, escritor, diseñador de objetos y de mobiliario, y, además, pilar fundamental de la museología moderna en el país. Vale decir que en todas sus actividades se destacó por su absoluta entrega, disciplina y calidad.

Recordarlo es retener la imagen cálida de un hombre cuya moral fue honesta con todos y consigo mismo. Su ejemplo, como maestro y museólogo, sigue siendo aleccionador e inolvidable. Lo fueron sus clases de apreciación plástica al analizar cómo los artistas, a lo largo de la historia, han utilizado los elementos de expresión. Se trataba de “aprender a ver”, “ver” con conciencia y claridad para descubrir la lógica interna de una obra. Es precisamente a través de los elementos expresivos como Arroyo enseñaba a determinar las diferencias entre estilos o movimientos artísticos, o bien entre las diversas etapas que presenta la obra de un artista.

Dos lecturas son indispensables para conocer la dimensión de su legado: la biografía que hiciera Diego Arroyo Gil para la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y el capítulo de Iris Peruga titulado “Solidez de una continuidad. La gestión de Miguel Arroyo (1959-1976)” que aparece en el libro “MBA. Cincuentenario. Una historia”. El primero retrata con escritura cálida y desenvuelta los momentos cruciales de la vida y labor de Miguel Arroyo. El segundo da cuenta con detalles -ya que esta autora trabajó con él- de cómo fue su gestión como director del Museo de Bellas Artes, cargo que ocupó durante 17 años. En su relato vemos cómo logró que el museo tuviera prestigio internacional a través de la calidad de sus exposiciones y colecciones. Para ello creó diversos departamentos y curadurías con una concepción moderna y especializada, además de consolidar el registro de las obras y su conservación, eje fundamental de toda la actividad museológica. El diseño, de la mano del maestro Gerd Leufert primero, y luego de Álvaro Sotillo, tuvo importancia protagónica. Leufert creó el logotipo emblemático del MBA, y las publicaciones se realizaron con criterios muy bien definidos, al punto que hoy día se considera el diseño de publicaciones de arte, así como de la imagen gráfica que identifica a una exposición, una especialidad.

Finalmente, unas palabras sobre el Arroyo diseñador. Su estadía en Estados Unidos en dos oportunidades, entre los años treinta y cuarenta, fue determinante para consolidar su interés por las artes industriales. Trabajó en diseño de muebles y de interiores, y ello le permitió apreciar la importancia que tiene el trabajo manual para comprender profundamente la naturaleza y la resistencia de los materiales, algo clave en la creación de objetos.

Recordar hoy a Miguel Arroyo redimensiona su legado, porque su contribución forma parte fundamental del esplendor de la Venezuela moderna, promisoria y pujante.