Paolo y Francesca según Dante y Rodin

 


 

 

Por Susana Benko.

Francesca de Rímini, esposa de Gianciotto Malatesta, se enamoró de su cuñado Paolo, hermano menor de su marido, y ello terminó con un trágico final. Esta historia ocurrió en Italia, en el siglo XIII, y Dante Alighieri la refiere en el segundo círculo del Infierno en su Divina Comedia que es donde se encontraban los infieles. En este libro se cuenta que la relación de Francesca y Paolo comenzó cuando ellos leían la leyenda sobre el amor prohibido entre Lanzarote y la joven Ginebra. De pronto, “el amor hirió” a ambos, tal como sucedió a aquéllos. La propia Francesca le cuenta a Dante, quien por cierto protagoniza su libro, cómo fue ese momento. Le dice:

Leíamos un día por deleite,
cómo hería el amor a Lanzarote;
solos los dos y sin recelo alguno.
Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan sólo nos venció un pasaje.
Al leer que la risa deseada
era besada por tan gran amante,
éste, que de mí nunca ha de apartarse,
la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no leímos ya más desde ese instante.»

Siglos después, Auguste Rodin, el genial escultor francés de fines del siglo XIX, incluyó una escena de estos amantes en la parte inferior de su monumental Puerta del infierno. Entonces él todavía se ceñía a la lectura de Dante. Asociar placer y adulterio fue tal vez la razón inicial de Rodin para incluirlos. Sin embargo, la imagen de estos personajes entregados al amor lo motivaron a dedicarles una atención especial. En lugar de representarlos desde la perspectiva del pecado y en relieve, el escultor decidió realizar una obra de bulto entero, en gran tamaño, centrada en el amor y felicidad de estos amantes.

Como era costumbre en este artista, realizó dibujos y bocetos, además de versiones en tamaño natural, una de éstas en mármol y otra en bronce. En ellas destaca la perfección de los cuerpos, su volumetría y detalles que pueden ser vistos desde diversos puntos de vista. La torsión de las figuras tiene particular importancia, pues a Rodin le interesaba captar a los personajes en movimiento. En efecto, la postura de estos amantes abrazados y desnudos dinamizan la composición, y hace que se intensifique el momento de la pasión.

Si bien ésta es una de las obras más conocidas y fotografiadas de Rodin, él la consideraba académica y convencional. Sin embargo, su belleza y sensualidad fascinan a quien la ve. Desde joven él estaba consciente de que en escultura las formas no debían concebirse en plano sino en profundidad. Buscaba asimismo representar la ilusión de un movimiento real. A propósito de ello dijo: “He intentado siempre poner al descubierto los sentimientos interiores por la movilidad de los músculos”. Por éstas y otras razones, Rodin es considerado padre de la escultura moderna.