Luisa Richter: "Las hojas de mi diario"

 


 

 

Por Susana Benko.

En 2001 el Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez, ubicado en la Avenida Bolívar en Caracas, realizó una exposición individual de la artista Luisa Richter. Entonces se presentaron sus hermosos collages, realizados entre 1961 y 1998, obras en papel intervenidas con recortes de gráficas y dibujos, que para ella eran “Las hojas de su diario”, frase que devino en título de la exposición.

Luisa, si bien es conocida como pintora, tuvo una relación profunda y muy particular con el papel. Cada “hoja” o collage provenía de alguna meditación que la animaba e impulsaba a crear. Tan esencial era para ella el dibujo, la estampa y el collage como lo eran el pincel y los pigmentos al pintar. La reflexión sobre el arte, y, en consecuencia, sus anotaciones, eran parte de su proceso creativo. Sin duda, la obra en papel era resultado de un intenso diálogo interior.

Para ella era indispensable crear con pasión. Citaba a Ovidio, recordando que “el arte de amar es amar el arte”. Porque crear era más que una necesidad formal. De allí que trabajara indistintamente la pintura, el dibujo, la gráfica y el collage. Con todos estos medios pretendía consolidar su anhelo de trascendencia buscando “imágenes del infinito”. Las evocaba de diversa manera: por ejemplo, al pintar espacios casi monocromáticos (sobre la base de blancos, grises y azules) que sugerían profundidad. Siendo obras abstractas, de pinceladas libres y desenvueltas, parecían ceñirse en ocasiones a la cuadratura de un marco, justamente aquel gran marco de concreto que tenía en la terraza de su casa por el que se apreciaba una espléndida vista de Caracas y que dio nombre a su residencia.

Sin embargo, la concepción espacial en las obras sobre papel es distinta a la de la pintura. Si bien en los collages está también presente la luz –que tanto la impactó a su llegada a Venezuela en 1955 proveniente de su Alemania natal–, su manera de componer aquí se sustenta en una radical fragmentación y en un aparente desorden. Decía ella que el collage era “una acumulación de encuentros entre diferentes lugares, tiempos y atmósferas”, y agregaba que era “un ordenamiento de escombros: un todo de fragmentos” que conformaba sus “pulsiones al infinito”. En definitiva: la concreción de ese anhelo de trascendencia.

La exposición “Hojas de mi diario” requería una mirada atenta y en cierto modo cómplice del espectador. Cada pieza en su pequeña escala era un torbellino inconcluso de ideas, sin más explicación que la sola visualidad. Eran, en palabras de la artista, “una confesión del ser”.