Arte, corporalidad y nuevos medios. Antonieta Sosa

 


 

 

Por Susana Benko.

El arte venezolano de los años sesenta y setenta del siglo XX experimentó cambios trascendentales tanto en forma como en concepto. De alguna manera ello determinó el paso de la modernidad a la contemporaneidad. La tradición abstracto-geométrica, tan pulsante e influyente en nuestro contexto plástico, siguió teniendo fuerte presencia y ello se trasluce no sólo en tendencias afines como el cinetismo, sino también, de manera reflexiva y a veces crítica, en el arte de artistas emergentes en esas décadas.

Caso muy particular es el de Antonieta Sosa. En 1965 realizó pinturas bajo una perspectiva constructiva en las que planteaba problemas formales concernientes a relaciones duales entre lo plano y lo profundo, lo estable y lo inestable, visto en imágenes irregulares que desdicen sobre la exactitud de la geometría. Ello prefigura una constante en ella: su interés por el espacio tanto en la obra bidimensional como en la tridimensional, visto en sus objetos, instalaciones y arte corporal.

En 1969 expuso en el Ateneo de Caracas “Siete objetos blancos” para que fueran manipulados por el espectador. Entre estos se encontraba la estructura volumétrica titulada “Plataforma II”, la cual Antonieta decidió que se destruyera al cierre de la exposición para protestar la participación de Venezuela en la X Bienal de Sao Paulo, puesto que el gobierno dictatorial de Brasil quemó obras de artistas locales. Ello derivó en un “happening”: un grupo de encapuchados llevó a cuestas la plataforma a la Plaza de los Museos en Caracas y, luego de una danza, se destruyó la pieza a hachazos.

Otros objetos son su serie de sillas, instalaciones y performances. En todos los medios ella mantiene una relación particular con las formas de los objetos en conjunción con su movilidad, proporción y escala corporal. En la obra titulada “Del cuerpo al vacío” de 1985, por ejemplo, la geometría de los andamios refiere a aquellas pinturas de los sesenta, y fue la estructura con la cual la artista se confrontó corporalmente con el vacío. Tres performances registrados en video son parte de la obra: uno alusivo a la agresividad del mundo exterior con sonidos urbanos; otro, a la liberación de lo “animal” al ritmo de una pereza; el tercero, ella de blanco como punto focal de luz en homenaje a Armando Reverón. En resumen, se trató de una instalación-performance que englobaba su búsqueda constante: el equilibrio entre lo corporal, lo material y el vacío; entre lo racional y lo emocional.

El cuerpo, entonces, es el eje central en la obra de Antonieta. De allí el “Anto”, unidad de medida inventada, a partir de la estatura real de la artista: 1,63 centímetros, “ni un milímetro más, ni un milímetro menos”. Con éste ella garantizó en varias de sus instalaciones una relación proporcional entre las cosas y su propia escala. Y así es como logró alternar lo objetual con lo conceptual y la expresión corporal.