Los rostros de la muerte de Eduardo Azuaje

Por Susana Benko.
Que la realidad golpea, es cierto. En muchos casos, es tan fuerte que induce cambios, sean de comportamiento, en la percepción de las cosas, en los modos de expresión. Es lo que justifica o explica, de algún modo, el lenguaje fuertemente expresivo de muchos artistas figurativos. Se expresan con fiereza, con furia.
Lo cierto es que los “expresionismos” son ‘el otro lado’ de la tradición plástica en Venezuela. Se oponen a la abstracción geométrica y al cinetismo, movimientos que perduran desde los años cincuenta hasta hoy. Los artistas de tendencia expresionista, figurativos y abstractos, han resistido a los embates del geometrismo e incluso, vale decir, también del arte conceptual en auge a partir de los años finales de los sesenta y sobre todo en los setenta. Los pintores expresionistas han sustentado el oficio de la pintura en el gesto y la emoción. Durante la década de los sesenta, varios artistas asumieron la libertad de acción en sus modos de pintar: gestualidad y espontaneidad en la pincelada, texturas por acumulación de pigmentos sobre la tela y, en el caso particular de la figuración, la tendencia fue representar la figura humana deformada, posiblemente como una manera de expresar su inhumanidad en obras marcadamente críticas. La pintura, entonces, no tenía que ser bella, pues lo importante era la denuncia o la expresión pura. Luego, en los años ochenta, el predominio de la emoción sobre la racionalidad se dio indistintamente en la figuración y en la abstracción. Se saturaba la tela, la imagen se tornaba vertiginosa o se exasperaba el color, la materia, e incluso, los soportes.
Los expresionismos siguen manifestándose con vigencia. Es el caso, por ejemplo, de Eduardo Azuaje. Siendo pintor de paisajes, de tendencia atmosférica y lírica entre los años noventa y 2000, su obra cambió en forma radical. Obrando en función de su emotividad, asumió una figuración descarnada. Pintar se convirtió en un modo de expresar el desencanto. Así se inició esta etapa en la que la rabia era expresión de aspectos esenciales de la humanidad. Era, sin duda, una manera de representar un mal social, que transforma al individuo en un ser con carencias, aislado o destruido.
Sin abandonar la pintura, Azuaje comenzó a hacer escultura a partir de 2012. De la deshumanización como tema, el artista, alude ahora a la muerte directamente. Son piezas hechas magistralmente con huesos de animales, recogidos en vertederos en las sabanas del oriente del país. Con ellos ha ensamblado cabezas y fragmentos de cuerpos humanos, todos desmembrados, sin piel. Cada pieza simula estructuras corporales, tendones y huesos que conforman una cara, un brazo, un torso o una pierna. Los rostros, pese a su condición fósil, ahuecada, nos miran con furia o con un sufrimiento desgarrador. Eduardo Azuaje nos muestra las diferentes caras del horror.
