Engañar al ojo. Parte I
Por Susana Benko.
A raíz de la reciente exposición titulada La trampa al ojo de 1520 a nuestros días (Le trompe l’œil de 1520 à nos jours) presentada en el Museo Marmottan Monet en París, ha sido revelador observar cuán vigente son las creaciones ilusionistas en siglos pasados con algunas imágenes trabajadas en la contemporaneidad.
Varias preguntas salen a la luz. ¿Tiene el llamado trompe l’œil (trampa al ojo o trampantojo) alguna relación con el hiperrealismo? Sí y no. Ya veremos en nuestro próximo relato por qué. Y es que antes de responder, debemos saber ¿qué es el trampantojo o trompe l’œil?
Es una forma de pintar que consiste en crear la ilusión de que los objetos representados en una pintura o en un mural parezcan reales. Para ello, el artista debe tener un dominio absoluto de las técnicas de la pintura. No obstante, no se trata solo de representar algo con apariencia real, sino que lo pintado debe engañar al espectador. Este debe creer que los objetos que ve son reales y no pintados. De allí el exceso en detalles y su apariencia volumétrica que dan la impresión de estar “jocosamente saliéndose” del cuadro.
Este recurso, en realidad, no es nuevo. Artistas de la antigüedad de alguna manera lo han utilizado. Un ejemplo son varios murales de Pompeya, en Italia, que sobrevivieron a la devastación del volcán Vesuvio cuando irrumpió en el año 79 d.C. En estos, se muestran elementos arquitectónicos y decorativos que parecen reales. Estos murales denotan la aguda visión de sus creadores, quienes, además de pintar a escala natural las figuras, también representaron el espacio mediante un incipiente uso de la perspectiva en algunas vistas de la ciudad.
Varios siglos después, a inicios del siglo XV, la perspectiva se utilizó con más precisión, lográndose verdaderas ilusiones de profundidad. Ubicar personajes y objetos de manera armoniosa y proporcional en estos espacios, es condición indispensable para engañar más eficientemente al ojo. La cámara de los esposos, pintada entre 1465 y 1474 por Andrea Mantegna en el Palacio Ducal de Mantua, es uno de los grandes ejemplos de ilusión espacial. Entre sus trampantojos, destaca el óculo central que aparenta una apertura en el techo, dejando ver el cielo con una balaustrada donde juegan varios personajes vistos en perspectiva, de abajo a arriba.
Más tarde, en el siglo XVII, en pleno barroco, el trompe l’œil llega a un punto culminante. El artista y arquitecto Andrea Pozzo pintó, entre 1685 y 1694, la bóveda de la Iglesia de San Ignacio en Roma. Es una obra grandiosa. En esta, no solo hay detalles arquitectónicos pintados que simulan a los reales, sino también personajes que parecen provenir del cielo que “entran” e invaden el resto del recinto. Pozzo dominaba magistralmente la técnica del fresco y creó estos impactantes efectos mediante una perspectiva ilusionista. Hoy esta bóveda es uno de los magnos ejemplos del alto Barroco romano.