Mariana Rondón y sus “Dos grados de libertad”

 

 

Por Susana Benko.

A finales de 2010, la cineasta venezolana Mariana Rondón realizó en una sala llamada Periférico Caracas, ubicada en el Centro de Arte Los Galpones, una instalación video-mecánica titulada Dos grados de libertad. Esta pieza fue resultado de ocho años de investigación y consistió en una invención robótica que tuvo varias etapas. La primera versión experimental del proyecto se llamó Llegaste con la brisa. Tuvo un desarrollo progresivo a medida que la máquina se iba complejizando y cada etapa fue expuesta en diversos lugares del mundo. La versión exhibida en Caracas, era más completa. Constaba de una gran máquina con dos brazos que se movían vertical y horizontalmente, bandejas transparentes con solución jabonosa, video-proyectores y dos robots adicionales detrás de cortinas de plástico dando apariencia fantasmagórica. La máquina producía grandes burbujas de jabón que funcionaban a modo de “pantalla”, en cuyo interior se proyectaban imágenes digitales de cuerpos humanos en movimiento o en proceso de transformación. El líquido jabonoso fue densificado para lograr que estas burbujas tuviesen mayor tamaño y durabilidad. Se inflaban al inyectársele vapor y con este es que las imágenes se visualizaban, en medio de la oscuridad de la sala. Parecían cuerpos moviéndose dentro de “úteros flotantes” envueltos en “líquido amniótico”.

Mariana Rondón realizó entonces su propio “laboratorio” genético. La idea comenzó a interesarle en 2001 cuando leyó cómo varios laboratorios transgénicos clandestinos fueron cerrados por trabajar en la creación de seres monstruosos alterando su ADN. Su “laboratorio” era más bien un centro de creación de seres humanos mediante la proyección de sus imágenes -algunas filmadas de cuerpos flotando bajo el agua- en un clima poderosamente poético. Pero lo monstruoso estaba también presente en proyecciones de fetos defectuosos sobre frascos colocados en ciertos lugares de la sala. Eran accidentes genéticos vistos de manera realista.

Este ambiente, por otro lado, daba la sensación de espacio sideral porque cada “útero-burbuja” flotaba en medio de una negrura infinita. Las burbujas, infladas por soplos o “inyecciones de vapor”, se activaban a través de grandes aros. Así, mientras estas crecían gradualmente, las figuras humanas parecían nacer envueltos en líquido amniótico y “salir” a través de esos “aro-vaginas”. Como en un parto, aparecía un ser a medida que la burbuja aumentaba de tamaño. Era un alumbramiento cíclico, pues los brazos robóticos repetían el movimiento sin cesar.

Rondón ha señalado que la transgénesis no ha sido su única referencia. En su memoria están las imágenes incongruentes o híbridas que El Bosco pintó en El jardín de las Delicias, así como de pinturas de Remedios Varo y de René Magritte. Lo cierto es que, para este proyecto, fue necesario que la artista aprendiera sobre robótica, mecánica y química para integrar estas disciplinas al video y medios digitales. Todo ello genera estas imágenes en lento movimiento con un trasfondo sonoro como un eco continuo. En resumen, se trató de un verdadero desafío interdisciplinario que dio lugar a una hermosa metáfora sobre el origen de la vida y su inevitable disolución.