El Leviathan Thot de Ernesto Neto en París

 

 

Por Susana Benko.

Entre septiembre y diciembre del año 2006, el artista brasileño Ernesto Neto realizó una monumental instalación en el Panteón de París. Este edificio, emblemático monumento del neoclasicismo, resguarda la memoria histórica de Francia. Allí se encuentran pinturas y mosaicos de insignes artistas del arte francés, así como tumbas de importantes figuras políticas e intelectuales de ese país: Napoleón, Voltaire, Rousseau, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, y muchos personajes más. Su construcción se inició en 1758 y finalizó en 1790 bajo el mandato de Luis XV, y fue reformulada un par de años después para cumplir su función actual.

Fue significativo que luego de estar cerrado al público durante veinte años, se celebrara la reapertura del Panteón, en ese año 2006, con un proyecto de arte contemporáneo de Ernesto Neto. Éste, aprovechando la gran altura y la luminosidad del lugar, propuso al Estado francés realizar una gigantesca instalación titulada: Leviathan Thot.

Como es usual en las piezas de este artista, la obra tiene apariencia blanda y orgánica. En este caso, tenía fascinante presencia invasiva y era desafiante en cuanto a escala. Sus volúmenes variaban de tamaño y se sostenían con arneses a diferentes alturas distribuidos por las cuatro naves que estructuran el edificio. La parte más alta, situada bajo las cúpulas, tenía 60 metros e implicó cerca de 2.000 m² de tela.

Su monumentalidad hacía referencia a Leviatán, un monstruo bíblico marino, conocido precisamente por su descomunal tamaño, ferocidad y capacidad de “retorcerse” y “enroscarse”. El Leviathan Thot de Neto equivalía metafóricamente a esta figura mítica debido a su fuerte impacto visual y corporal. Y es que esta voluptuosidad orgánica, repartida por todas las naves del edificio, perturbaba debido a los enormes volúmenes que basculaban encima de los espectadores. Se volvían aún más imponentes frente a la grandiosidad del interior del Panteón.

No obstante, lo pesado y lo liviano se equilibraban mediante su distribución en el espacio. La volumetría y cualidad blanda de estos cuerpos expresaban sensualidad. Semejaban masas chorreadas, pero también fragmentos corporales, bultos, ligamentos musculares, que daban sensación antropomorfa a esta instalación. Este cuerpo espacial, como lo denomina el artista, contrarrestaba con la verticalidad y el raciocinio de la arquitectura, adquiriendo connotaciones simbólicas femeninas y masculinas. Con ello, Neto concretó uno de sus mayores desafíos: hacer que un espacio preestablecido, de severa concepción neoclásica, como la del Panteón, fuera el cuerpo mismo de su obra: carnal, sensorial, y, en cierto modo, erótica. Paralelamente, creó a escala monumental un sistema de formas y de relaciones de fuerzas, en el que el equilibrio era impecable y a la vez propiciador de un juego de tensiones que producían, simultáneamente, una alarmante inestabilidad.

La voluptuosidad de las formas no fue casual. Basta recordar la antropofagia brasileña: Leviathan Thot “devora” e “invade” el espacio. Allí estaba él, magnífico, inmenso y perturbadoramente silente.