Satírico Satie (un músico que ríe) 6

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Pero, al final de cuentas, ¿qué es lo risible en Satie? Es decir, ¿qué es lo que en él nos invita o nos incita a considerarlo uno de los más refinados artífices de la risa? ¿Da risa Satie o la provoca? ¿O ambas cosas son ciertas, al derecho y al revés?

Los serios, los doctos, los severos se podrían reír de lo que consideraron en su momento -y quizás pueden seguir considerando ahora- pura mistificación o, simplemente, locura. O quizás, para no ser tan radicales, ingenuidad suprema, infantilismo irremediable, simples bagatelas de una mente caprichosa y pueril.

En este sentido, Satie puede que provoque una risa como la que provoca Walser: ni el más cruel de los jueces se reiría de ellos para escarnecerlos; en cualquier caso, se reiría, más bien, para compadecerlos.

Y no se sabe qué es más triste, qué puede estar más lejos de la bondad saludable que emana, plena, de la risa. Pero alguien puede hacer reír por su manera de ser, sin darse cuenta de cuán risible es como es. Satie no era de esta especie. Él sabía muy bien que provocaba la risa por su actitud desprejuiciada, por sus extravagancias, por sus contradicciones, incluso por su modestia o su pobreza, pero sobre todo por la irreverencia insólita de su música.

Satie lo sabía, y se aceptaba risible: Todo el mundo os dirá que yo no soy un músico. Es justo, escribió, sin pudor y honestamente, en sus Memorias de un amnésico. Pero, al mismo tiempo, quería hacer reír, y se tomaba a risa la vida con la perspectiva de alguien que ha padecido y asimilado las burlas de la incomprensión con ironía, así como su arte, que quería inquietante y provocador con la implacable sabiduría que sólo conoce el que ha aprendido a reírse de sí mismo, y a reírse en verdad.

¿Acaso no era perfectamente consciente de su propio ridículo? ¿Acaso no se veía a sí mismo en el espejo de su propia sensibilidad sarcástica y era el primero en reírse al contemplar cómo era?

Nada tiene de raro, entonces, decir que su música es un juego orientado a destruir la seriedad para poner en su lugar la expansiva libertad que acompaña a la risa. Su música no es cómica. Es paródica. Acaso burlesca. Jamás caricaturesca. Las Gnosiennes y las Gymnopedies no hacen reír a nadie: son el no va más de la pulcritud, de la serenidad y del hechizo ascético.

En cambio, piezas como las que componen el breve pero contundente conjunto de los llamados Embriones desecados, han sido construidas como preciosas miniaturas cómicas, hechas de parodias sutiles de la literatura pianística fin de siècle y más atrás. Allí sí diría yo que Satie es un músico que despierta en nosotros una hilaridad deliberada, una risa premeditada, provocada y querida.

Pero en donde su obra entra de lleno en el campo de la comedia es, no tanto en la estructura musical de la partitura sino en las palabras que suelen acompañar sus melodías y armonías, sus seriaciones y repeticiones, tales como títulos, epígrafes, proemios, indicaciones, acotaciones: díscolas didascalias dislocadas que abordaremos después.