Timofey Pnin. Las sátiras académicas de Vladimir Nabokov (1). Pnin (1957)

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Extranjero de mediana edad avanzada -un cincuentón, digamos- que habla mal el idioma local y confunde algunos nombres y altera las pronunciaciones; calvo, sin cejas, regordete; distraído (del tipo de aquél que se monta en un tren que va en la dirección opuesta del lugar a donde se dirige); ingenuo, crédulo, candoroso; incapaz de malicia o mala fe; enamoradizo (de la clase de los platónicos), cortés, generoso, dispuesto a sacrificarse en aras de la devoción a una mujer que lo ignora o lo maltrata o lo utiliza a su antojo para su propio oficio y beneficio, Pnin el entrañable Timofey de la novela de Nabokov, tiene todos los ingredientes para convertirse en un personaje tragicómico, enternecedor y desconcertante a la vez. Analizando su carácter, sus gestos, su prosodia, sus modales, sus ritos, sus manías, sus galanterías, sus ingenuidades, sus reflexiones, su sentimentalismo, podemos organizar un cierto patrón de lo cómico que encontraremos reiterado en muchos otros personajes que nos hacen reír, a veces con sonrisa melancólica y a veces con carcajada sutil.

Pnin pertenece a la familia estereotipada del pensador distraído -siempre en las nebulosas, inútil para toda ocupación práctica- que Platón presenta en el Teeteto cuando refiere la anécdota de Tales de Mileto y de su criada de Tracia: por estar viendo las estrellas, Tales cae en un estanque o en una charca y al instante la joven sirvienta se mata... de la risa. Parece una escena de Chaplin, y es todo lo cómica que puede decirse de cualquier situación hilarante: la disparidad entre la sabiduría del caminante y la torpeza de sus pasos, entre la majestad de la ciencia y la ridiculez del resbalón inesperado, constituye un mecanismo clave de lo cómico. Pnin, como otros personajes que dan risa, como el Ignatius Reilly de Toole o el profesor Teufelsdröck de Carlyle, comparten este rasgo en muchos aspectos de su condición física y espiritual. Incongruencia, disparidad, contraste violento, sorpresa, asombro, sentimiento de absurdo forman parte de la batería de recursos para lograr el efecto cómico.

Los defectos físicos de cualquier tipo son otro elemento paradigmático del personaje que mueve a risa: la caricatura, sin ir muy lejos, se basa en la exageración de los rasgos más acusados y menos favorecedores de un individuo (unas orejas muy salidas, una nariz demasiado prominente, unas piernas torcidas, una altura o una talla inapropiadas, un lunar, una dicción defectuosa). El propio Pnin es descrito, de pasada, como un hombre robusto que sostiene su amplio tórax en unas piernas largas y flacas. Esta singularidad física le permite al narrador componer la siguiente escena con su personaje nadando: “Nadaba emitiendo un sonido rítmico, mitad gargarismo y mitad resoplido. Acompasadamente abría las piernas, distendiéndolas en las rodillas, y flexionaba y enderezaba los brazos como si fuera una rana gigante”. Aquí por supuesto, el grado de comicidad es bajo, acaso medio, pero, no obstante, no podemos dejar al menos de sonreír ante esta comparación. Un caricaturista clásico -un Grandville, por ejemplo- habría dibujado al pintoresco profesor Pnin precisamente de ese modo: una especie de patata con unos palitos por patas chapoteando en una charca como una rana de las que mi madre llamaba platanera. ¿Les produce risa este sketch? Ojalá me pudieran responder. En su defecto, quiero creer -necesito creer- que mi ejemplo les ha convencido más o menos de toda mi cómica -eso espero- especulación sobre lo cómico. Y si no, ríanse de mí.