Distraído Rossi

Por Rafael Castillo Zapata.
Vuelvo a repasar el Manual del distraído de Alejandro Rossi, esta vez en la bella edición que acaba de hacer la siempre exquisita Libros del fuego. Comienzo in media res (“Los amigos de Stendhal”) y retomo una vieja conversación, cuyo hilo recupero inmediatamente. Los textos de Manual del distraído son breves en su gran mayoría; breves y ajenos a la ansiedad de la distinción entre los géneros, tal como lo establece el autor desde la “Advertencia” que es entrada y anticipo del libro; textos que basculan lúdica y displicentemente entre el relato y el ensayo, siempre con un tono de parábola, de leyenda, con un ligero sesgo moral -no moralizante- que los acerca al apólogo o a la sentencia. Son, pues, textos concentrados orientados o determinados por una suerte de poética de lo mínimo, sin ser minimalistas del todo, salvo en lo que pueda haber de sobriedad o de contención en el minimalismo mismo.
Al volver sobre este Manual no puedo dejar de recordar los libros aforísticos y apológicos del gran Augusto Monterroso, con quien Rossi, mexicano de adopción como su colega guatemalteco, comparte una buena cantidad de complicidades y coincidencias tonales, de humor y de levedad. Ligeras como minués (minué viene de menuet, diminuto), quiero decir, ajenas a toda solemnidad y a todo envaramiento pretencioso, aunque no por ello menos rigurosas y severas en sus precisos y preciosos planteamientos eruditos, son las pintorescas miniaturas de filósofos galantes que ambos nos ofrecen. Rossi, como Monterroso, y seguramente como el Eugenio Montejo de El taller blanco, pertenece a una estirpe de escritores pulcros, atildados, caballerosos, de modales circunspectos, por no decir tímidos, suspicaces e irónicos. Los tres son lectores refinados, dandis anacrónicos, en un mundo más bien bárbaro e indecente, como el que nos ha tocado en suerte, apocalíptico y trivial.
A veces, repasando este Manual siento que muchos de sus textos han sido escritos por un escritor refinado pero perezoso: un narrador que se cansa rápido y deja su relato en modo de esbozo, como pincelada que invoca una pintura que nunca se completará, o quién sabe. Como el título lo pone en evidencia, el motto de la escritura de estos opúsculos -también podríamos llamarlos así, como, también, poemas en prosa, a la manera de Ramos Sucre en La torre de Timón- es la distracción; no la desatención ni el descuido, sino la distracción como virtud del que pasea sin ton ni son y se detiene en los detalles y los comenta como al paso, sin querer, pero queriendo. Los textos del Manual del distraído son, en este sentido, en verdad, divertimentos, jocosos y gozosos momentos musicales que uno hojea como un álbum de curiosidades y ocurrencias ingeniosas. Libro para pasar el tiempo, breviario de sagaces horas paganas.
