Homérico Walcott

Por Rafael Castillo Zapata.
No recuerdo una lectura que me haya conmovido y perturbado tanto, en los últimos años, como la lectura que acabo de hacer de Omeros, el gran poema narrativo de Derek Walcott, el poeta santalucense, publicado en 1990: una obra monstruosa, de una belleza y de una complejidad ética y poética que apabullan.
Omeros es, en principio, una soberbia y entrañable reescritura de la historia del Caribe elaborada en clave mítica, construida sobre la trama original de la Ilíada que le sirve de base. Se trata, pues, de una sugestiva elegía paródica, donde el humor y la ironía sirven para plantear, mediante imágenes de potente trasfondo simbólico y antropológico, una crítica de la historia del colonialismo a contracorriente de la mirada ultramarina: la saga de unos personajes singulares que, gracias a la configuración mítica que les confiere el poeta (echando mano de referencias homéricas a la Ilíada: la guerra de Troya, a la Odisea: los viajes de Ulises) y a su abundante evocación metafórica -la riqueza plástica de las imágenes, como corresponde a un poeta que practica la pintura, hijo de pintor-, se convierten en protagonistas de una fábula heroica en la que no falta el viaje iniciático al África en busca de los orígenes, o el descenso a los infiernos de la memoria donde se producen encuentros trascendentales con los antepasados muertos. Una fábula rica en descripciones de paisajes, en catálogos de animales (aves, peces) y de especies vegetales (los venerables árboles autóctonos, las flores exuberantes, los frutos apetitosos), siempre con el bajo continuo del paso de los días y de las estaciones, el clima, la omnipresencia del mar; entreverando la anécdota principal (un singular trío amoroso protagonizado por una Helena, un Héctor y un Aquiles caribeños) con la historia colonial; superponiendo la guerra entre Inglaterra y Francia en el siglo XVIII por la posesión de Santa Lucía (tan bella como la Helena homérica) a la guerra entre aqueos y troyanos por la posesión (rapto y rescate) de la Helena espartana; e incorporando, finalmente, otros muchos aspectos de esa misma historia colonial: el esclavismo, la economía de plantaciones, el expolio de las riquezas naturales, la degradación de los valores ancestrales. Todo ello envuelto en la atmosfera de sustanciosas alusiones a las culturas autóctonas de las islas del Caribe y a la herencia africana (ritos, gestos, nombres, imágenes).
Su carácter polifónico, su narración elíptica, llena de símbolos y referencias encriptadas, hacen de Omeros un poema de textura erudita. En él la anécdota central se pierde y se interrumpe, interpolada por historias paralelas secundarias y por alusiones cruzadas a los mitos indígenas o africanos, a hechos y detalles históricos próximos o remotos, desconocidos para la mayoría de los lectores. Es este mismo hermetismo lo que hace del libro un fruto apetitoso: su hermoso canto cifrado nos promete a cada paso las más fascinantes revelaciones y visiones de la compleja y dramática historia del Caribe.
