Alejandro Rossi, el Distraído
Por Rafael Castillo Zapata.
Distraído no es precisamente el desatento, el que anda por las nubes y no ve por dónde pisa. El distraído es el que se distrae; es decir, no sólo el que se deja seducir por lo que le rodea y le presta atención a todo sin discriminación y sin finalidad precisa, sino aquél que, además, se divierte haciéndolo, pasando entretenidamente el tiempo, al tiempo que se desdobla, plural, y se dispersa, en el devenir gozoso de su oficio. El distraído nunca es específico, le cuesta escoger, le cuesta definir, ofrecer la palabra decisiva. El distraído es el amateur, el que actúa, como dice Roland Barthes, sin espíritu de maestría o de competencia. El eterno aficionado, no el profesional o especialista.
Sólo en la distracción puede un hombre convertirse en un auténtico erudito. Sólo en el vagar y divagar libre del que se distrae, los conocimientos se adquieren con una sutileza minuciosa y despreocupada, sin afán de apropiación, sin alarde de destreza, por el simple placer de ampliar el propio mundo picoteando por aquí y por allá en los libros y bebiendo indiscriminada y alternativamente de todas las fuentes. De ahí proviene la gracia del hombre culto y refinado que nada en las diversas aguas del saber sin decidir una verdad o concluir una premisa; aprovechando su ritmo vagabundo para detenerse, con solaz, en los matices, puesto que no va nunca a ninguna parte y, por eso, no tiene prisa.
Con este breve y tal vez caprichoso retrato del distraído quiero aludir aquí no sólo a los asuntos de los que se ocupa el magnífico libro de Alejandro Rossi, Manual del distraído, sino a él mismo, que ha podido escribirlo como lo ha hecho, con una prosa morosa y pulcra, alegre y despreocupada, enciclopédica y a la vez intempestiva, ocurrente, sobresaltada por sus sorpresas y aquilatada por sus sugestiones, porque escribe distrayéndose, divirtiéndose con lo que trata y con lo que retrata en la marcha de su ambulante y diletante curiosidad de escriba a la deriva.
Quien se haga con un ejemplar de este libro se estará llevando un tesoro, un concentrado jardín de las delicias, un catálogo de miniaturas maravillosas que lo harán reír y enternecerse, avispándole la mente, pues este libro divertido nos mantiene intelectualmente despiertos, alertas, pendientes de sus sagaces desafíos.