Un poema enmendado (4) T. S. Eliot anota La Tierra Baldía, una vez más



 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Hablando de notas para aclarar oscuridades, el propio Eliot había escrito que el lector de poesía “más experto no se preocupa de entender; no, por lo menos, al principio”. Y añadía: “Sé que parte de la poesía de la que soy más devoto es una poesía que no entendí en la primera lectura; otra parte, es poesía que todavía no estoy seguro de entender; por ejemplo, Shakespeare”. Como obra maestra que es, La tierra baldía es un libro que siempre planteará enigmas, que siempre desafiará a sus lectores con diversos niveles de sentido, y nunca se abarcarán todos a la vez. Después de todo, la poesía no tiene que entenderse, como he dicho otras veces, sino atenderse, y ya. El resto vendrá por añadidura, y con el tiempo.

Por eso la somera nota introductoria que abre las puertas del poema en forma de libro tiene el carácter de un displicente gesto elaborado para liberarse de la impertinencia de unos editores desconfiados, aprovechando, eso sí, para alardear un poco, como cuando nombra La rama dorada de Frazer para llamar la atención sobre las antiguas ceremonias de fertilidad que fluyen bajo La tierra baldía. Con respecto al resto de las notas podemos decir que algunas son fruto, en cierta forma, de una cierta presunción, propia del hábil connaisseur, como la que acabamos de citar, y otras son el producto de una discreta desobediencia, como esa nota a “El entierro de los muertos” donde el poeta confiesa: “No conozco bien cómo está constituida la baraja del Tarot, de la que obviamente me he distanciado para seguir mis conveniencias”.

Pero hay muchas otras notas donde Eliot parece que se entusiasma con esa tarea que le han obligado a realizar y se esmera en bordar un arabesco erudito donde se siente, claramente, el aroma del gozo de saber, de precisar lo que se sabe y mostrarlo. La referencia a Tiresias en “El sermón del fuego”, por ejemplo, es la ocasión preciosa para que el poeta despliegue su fascinación por el personaje, en el que se funden otras figuras del poema: un interesante proceso de fusiones y contaminaciones provoca la amalgama de varios caracteres a lo largo del desarrollo de los cinco cantos que componen el libro, haciendo de Tiresias el punto de encuentro donde “se reúnen” los personajes femeninos y los masculinos, ambiguo y ambidiestro centro de confluencia. La larga cita de Ovidio, por supuesto anotada en latín, correspondiente al tercer libro de las Metamorfosis, es una prueba de que esas notas le depararon a Eliot momentos de regocijo: le ayudaron a repasar la obra y a descubrir cuán sólidos eran los cimientos de su compleja arquitectura.

De este modo, La tierra baldía, pasa por una serie de enmiendas que lo afinan y lo refinan hasta alcanzar su perfección. Y las notas cumplen en ello una función testimonial: muestran, como ya dijimos, que no hay nada improvisado en la confección de la obra, y que todo el juego de insinuaciones y sugerencias que la configura es la prueba de su potente eficacia simbólica.