(VI) Verosimilitud, ficción y necesidad

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Para Aristóteles (384 a. C - 322 a. C) el placer contemplativo nos acerca a los dioses y nos distingue de los animales. Al asumir la natural admiración contemplativa, el humano dilucida, medita y logra entrever los principios de la existencia. El contemplar permite vislumbrar lo verosímil, lo que podría ocurrir en la vida práctica y, además, lo que podría aclarar las causas de ese ocurrir. Esta posibilidad reflexiva del sutil placer contemplativo ayuda a dar un sentido al vivir humano.

La belleza sería el valor contemplativo por excelencia: una visión placentera que permite atender a la verdad íntima y propia de las cosas. Lo que avalaría lo bello sería el orden, natural o artificial, de lo contemplado. Para el griego, cualquier belleza estaba unida a la verdad y al bien. La distinción entre la verdadera naturaleza y la que puede el lenguaje describir o la reflexión asumir, estaba mediada por la pasividad contemplativa. La belleza podía disfrutarse en una declaración verosímil, como un anuncio de sabiduría.

El filósofo reconocía que existían también “seres sin atractivos para los sentidos”, que se observaban con mucha alegría cuando los sabios querían examinar sus causas naturales. Y era una alegría “de placeres extraordinarios”, mayores que los avenidos al contemplar las imágenes realizadas por el arte, “sea pintura o escultura”, que ya obsequiaban una inmensa complacencia contemplativa. (Partes de los animales: 645a 6-15)

La belleza natural sería la admirada ante la pura aparición de los seres, la que, sin ningún artificio, invita directamente a la meditación del mundo. La verdad en Aristóteles tenía calibre de existencia plena y hacia ella se dirigía cualquier reflexión contemplativa que la hiciera comprensible para la humanidad.

Para él las verdades estaban siempre en las realidades empíricas. El pensamiento las reconocía como principios verosímiles que, desde la experiencia y por actividad lógica, se revelaban como verdades necesarias. El oficio de las ciencias teóricas estaría justamente en hacer ver esa necesidad, en demostrarla. De eso trataría la gozosa actividad intelectual despertada por la contemplación.

La belleza artística, por su parte, es evidente ante una admirable labor humana para construir imágenes que alteran las causas originales de los seres naturales. El arte será el resultado de la lucidez de un poeta, para despertar la gozosa actividad contemplativa a quien admire su ficción y se deje llevar por ella.

Aristóteles le da un inmenso valor a lo verosímil. En la Retórica es el fundamento para elaborar discursos convincentes y certeros. En la Poética, permite que el artificio artístico se muestre como una posibilidad real que, al admirar su belleza, nos involucra anímicamente y suscita emociones cruzadas que ameritan la íntima meditación sobre lo humano.