(IV) La actividad divina

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Toda actividad (enérgeia) la entiende Aristóteles (384-322 a. C) como “la existencia plena de la cosa y no del modo en que decimos que está en potencia”. (Metafísica 1048a 25-1048b 37) Sí asumimos que el movimiento (kínesis) es el estado mismo de las cosas en la tierra, siempre en posibilidad de realizarse, una actividad real sería cuando anunciara su particular manera de participar en el mundo, esto es, cuando se hiciera naturalmente un hábito.

Toda verdadera actividad estaría, entonces, designada, señalada, por su finalidad, (télos, en griego) Es decir, que su modo de actuar se originaría por aquello que pretende hacer. Un télos haría posible la natural actividad y también señalaría su cumplimiento. Y es que en todo acto lo que se hace, ha de conjugar con lo hecho. Por ejemplo: ver y haber visto, pensar y haber pensado, gozar y haber gozado. Quiero decir, que el tiempo del hacer sería el mismo tiempo de lo realizado. El hábito se afirmaría a sí mismo como su propia finalidad.

Las actividades humanas, que son muchas, serían naturalmente agradables si siguiéramos ese íntimo sentido que da dirección a un acto, y no por alcanzar algún beneficio adicional. La finalidad de un hábito natural sería su cumplimiento y no estaría en el interés por lograr algo diferente. El humano, al reconocerse en el hacer, se plena de vitalidad. La naturaleza de una actividad placería al solo hacerla, y eso sería lo realmente gozoso.

El placer contemplativo, que para el maestro Platón era ya el placer más simple y puro, se muestra como la actividad humana que más satisface nuestra propia naturaleza. Lo particular del sencillo hacer contemplativo es que nos contacta con lo más divino que tenemos. Pues, si los seres que “existen por toda la eternidad” (Parte de los animales I5644b4) están en viva actividad, ¿qué pueden estar haciendo en su bienaventuranza?

Responde el filósofo:“De suerte que la actividad divina que sobrepasa a todas las actividades en beatitud, será contemplativa, y, en consecuencia, la actividad humana que está más íntimamente unida a esta actividad, será la más feliz.” (Ética nicomáquea 1178 b 17-25)

Una vida feliz, que sería la mayor satisfacción, se lograría en la independencia de nuestros actos para darnos un proyecto de vida. La felicidad, entendida como beatitud, sería la actividad misma del humano satisfecho en el hacer que le es más propio.

La contemplación hace al hombre feliz en cuanto la actividad pensante, que es eterna, se satisface en su mismo hábito reflexivo, que, claro está, no permanece cómo la única actividad del humano que es, además, cuerpo y, por tanto, lleno de deseos y pasiones que igual necesita satisfacer. Varias son las naturalezas humanas.