De la libertad del espíritu

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

La historia se proyecta hacia la eternidad cuando los productos hechos por la humanidad son reconocidos como resultados parciales de una íntima actividad constante. Sólo bajo este mirar podremos tomar algo del invalorable tesoro que resguardan las artes, sugieren las reflexiones del poeta francés Paul Valéry (1871-1945).

Como todos los seres vivos, los humanos estamos obligados a “prodigar y recibir de la vida” para participar junto a la naturaleza. Lo original de “nuestra especie positivamente extraña” es que se empeña en buscar tareas desligadas del “ritmo fisiológico” animal que conserva la vida, 1 y se crea nuevas necesidades, otros intercambios con la temporalidad que abren infinitas posibilidades y hasta permiten vislumbrar existencias con distintos requerimientos.

Ese instrumento que nos ayuda a mantenernos vivos y a la vez atender eventuales transformaciones, es el espíritu, que es siempre personal, siempre íntimo; pero que, configurado en lenguaje, se hace colectivo.

La eternidad no sería una meta a alcanzar, sino la actividad misma del espíritu que trasciende lo temporal con la fluidez que la caracteriza, con su continua búsqueda y su incesante reflexión. Pero el mismo espíritu se exige también la labor de precisar esa íntima ambigüedad que lo activa con la amenaza de perderlo ante la infinitud de la imaginación, ante todas las preguntas que se hace.

El espíritu, aunque muchas veces ha pretendido separarse, trata siempre -sostiene Valéry- con la materialidad. En realidad, sólo se ocupa de lo que aún no conoce, lo que le es extraño, y es propio de su actividad buscarlo y retarlo ante lo ya conocido. El espíritu danza en compañía de la temporalidad al son de los infinitos matices de la sensibilidad. Ahí radica la libertad y la inestabilidad misma de la existencia.

Esa incertidumbre constante del espíritu, anhela reafirmarse en algo hecho por él mismo, como el lenguaje, que le permita abrirse a diferentes matices, a variadas intensiones. De ahí el hacer creador del arte, que a pesar de su presencia sensible, no se realiza bajo una necesidad inmediata de-lo mundano. El arte se presenta como un momento único de la íntima movilidad.

Las propuestas artísticas nacen para precisar un instante de la libre arbitrariedad de la interioridad humana. Los “productos artísticos” encantan por esa libertad fijada en una forma sensible, que irrumpe en las propias actividades y nos llenan de reflexiones, de valoraciones cruzadas, de certezas o de inseguridades. Los productos del hacer artístico, de toda poética, nos permiten ser en la sola actividad interior, en lo actuante del propio espíritu.

La poesía se ofrece como un producto espiritual puro, donde el ser verdadero se muestra en su inmediato hacer, en su real hacerse.