Cartas de Abelardo y Eloísa

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Eloísa (1101-1164) tenía 18 años cuando conoce a Abelardo (1079-1142). Ella era reconocida en el reino por sus “conocimientos de las letras”. Él era un prometedor maestro de lógica y de teología de 39 años, cuyas lecciones eran muy solicitadas por la juventud parisina de 1118. El tío-tutor de Eloísa lo contrata, por insistencias del propio Abelardo, para encaminar las aptitudes literarias de la joven. Las clases pronto se convierten en encuentros amorosos.

Las cartas fueron escritas entre 1131 y 1137. En ellas leemos no sólo las anécdotas de una pasión amorosa que trasgredió los límites éticos de entonces. Esas cartas nos ofrecen, también, una visión retrospectiva de dos adultos sobre los acontecimientos que determinaron sus vidas; sobre las repercusiones de las decisiones tomadas entonces; sobre los posibles errores entrecruzados con las añoranzas de un deseo pasional continuamente renovado y un amor mutuo que, como inclinación natural de los amantes y luego como consecuencia patente de lo ocurrido, fue exaltado en pos de un amor ideal anhelante de sabiduría.

Las cartas son meditaciones de dos almas atentas a sus movilidades anímicas y vinculadas afectiva e intelectualmente, que estaban, además, profundamente enlazadas al pensamiento cristiano de principios del siglo XII.

La primera de las cartas, Historia Calamitatum, fue escrita por Abelardo para un amigo de ambos. Cuando llega a manos de Eloísa, ella decide responderla y matizar la historia por él contada desde la vergüenza. Eloísa consuela la actitud de su amado y lo exhorta a que las visite, a ella y a sus hermanas, al convento fundado por él años atrás donde ella era abadesa.

Las siguientes cartas hablan de las distintas posiciones ante lo ocurrido, y de los empeños de Eloísa por rescatar la pasión original de las dudas que turbaban al ilustre pensador que Abelardo estaba llamado a ser. Eloísa, desde sus quejas por los designios de Dios, muestra con sus escritos una clara conciencia que, enfrentada a sus pasiones, se explica sin traicionarse a sí misma y asume las consecuencias más penosas de su alma enamorada. Abelardo la sigue, quizá motivado por la pasión inquebrantable que por él sentía Eloísa.

En realidad, el tema epistolar gira en torno al ideal filosófico del sabio de espíritu libre que desde la antigüedad se había gestado en el pensamiento europeo, y del que ambos se sentían herederos. Ese ideal estaba al alcance real de Abelardo y hacia él se dirigen todas las reflexiones de Eloísa, incluso las más personales.

Cuenta la leyenda que Eloísa quiso, al morir, ser enterrada en la misma tumba de Abelardo, quien la recibió con los brazos abiertos.