La belleza en Leonardo

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

A Leonardo (1452-1519) podemos considerarlo como el prototipo del hombre renacentista. No sólo por sus cualidades artísticas o por la cantidad de inventos que se le atribuyen, sino, además, por la fuerza de un pensamiento que plantea desde el siglo XV los novedosos caminos que recorrerá la Modernidad. En realidad se hace difícil colocar a este artista-pensador dentro de una teoría determinada, por el talante de su particularidad.

No obstante, cierto es que el esfuerzo de la mayoría de los pensadores renacentistas, de Leonardo entre ellos, fue el de restaurar la confianza de la razón humana en sus propias fuerzas y el intento por retomar el camino del saber antiguo respecto a la íntima relación entre la naturaleza y la humanidad. Comienza a entenderse que los distintos fenómenos naturales son partes de un organismo que se sustenta a sí mismo; la naturaleza sería un todo que se mantiene y se transforma gracias a las fuerzas propias que en ella actúan, y no gracias a una voluntad divina.

El pensamiento comienza también a entenderse como una actividad que se define a partir del mismo individuo, desde su propia función racional. Los renacentistas se esfuerzan por atrapar un sentido que abarque tanto lo interior al hombre, como el mundo de las experiencias. Esto conllevó a una revisión profunda de las facultades humanas para conocer la realidad. Las preocupaciones filosóficas, científicas y artísticas del Renacimiento se centraron en las relaciones que se establecen entre la percepción y la habilidad humana para comprender los fenómenos percibidos. Lo particular de Leonardo es que se ocupó práctica y teóricamente en sustentar que la sabiduría humana implicaba incidir directamente en la naturaleza, es decir, mostrar el saber como un fenómeno más ofrecido a la experiencia y no sólo elaborado desde la mente y la lógica racional.

Leonardo escribe muy poco sobre la belleza. Para él, el objeto de la pintura era alcanzar un saber sobre la relación de la naturaleza y el ojo que la percibe. Lo importante de la pintura sería lograr un acercamiento objetivo a la realidad desde la particularidad del artista, y en ese acercamiento se podía o no tocar la belleza natural. La virtud de una pintura radica en la capacidad que tiene para transmitir una reflexión sobre la realidad que el artista haya logrado elaborar. La belleza pictórica está entonces en la durabilidad y la estabilidad que la inteligencia artística traslada a la materia, descubriéndola en su relación con ella. La pintura ha de entenderse como una actividad crítica y objetiva del pintor sobre la experiencia sensible del mundo, que le permite ofrecer un conocimiento más exacto del orden natural y necesario de las cosas. Con ese saber, el hombre puede ya intervenir y transformar su relación con la naturaleza.