Artaud y el teatro

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Antonin Artaud (1896-1948) publicó El teatro y su doble en 1938. Las propuestas teatrales de este poeta, actor y director francés anunciaron un giro en la concepción del arte, y aún hoy parecen resonar en las posturas más contemporáneas.

El teatro enunciado por Artaud no trata de una mera posibilidad estética, sino que intenta mostrar, desde el arte hecho en la escena, el enfrentamiento entre la vida sensible y la dificultad intelectual para alcanzar algún sentido que justifique el devenir mundano. El teatro ha de mostrar “el drama esencial de la vida”, independientemente de cualquier forma que pueda asumir.

Ese drama esencial se revela en la intencionalidad de sentido que las cosas materiales, las sensibles, lo que ocurre, sugieren al pensamiento; y es, dice, “el centro frágil e inquieto” 1 que alienta las distintas formas de la vida, que a la vez lo ocultan. Los medios artísticos que acompañan el discurso escénico -luz, escenografía, vestuario, música, textos- han de destacar sensiblemente la temporalidad de la vida humana, donde se manifiesta lo dramático.

Sobre la escena, la íntima tensión entre sensibilidad e intelecto adquiere una presencia evidente y firme, gracias al dinamismo corporal de los actores. Un montaje teatral sería el intento de hacer llegar al espectador el sentido posible de cada uno de los aspectos materiales aparecidos en la escena. La presencia y la gestualidad del actor sería el elemento a resaltar.

Los actores exponen su cuerpo y su voz para tocar orgánicamente al espectador. Un gesto es el signo de una acción viva y la forma temporal de una verdad oscura, de difícil comprensión. Según Artaud, en el teatro un gesto corporal o vocal no pretende reproducir la realidad; su artificialidad busca, más bien, aludir a la intencionalidad inconsciente que lo hace surgir. Ahí es donde se revela la fuerza poética del teatro.

“La poesía de la escena” ocurre, entonces, cuando el aparecer de un gesto actoral permite al espectador intuir las “sombras” -como las llama el propio poeta- que en nuestra gestualidad habitual escondemos, pues entrañan vacíos vitales, ausencias íntimas. En la escena el pensamiento reconoce, desde una sensibilidad encantada por el juego artístico, lo que en la vida normal no vemos, o no podemos o no queremos ver.

Artaud se interesaba por personajes muy conflictivos o por personajes extremadamente burlescos, no para hacer un análisis psicológico del alma humana, sino para poner en duda la misma existencia. Y es que el teatro ofrece un doble artificial, pero vivo, del drama humano esencial: padecer siempre la posible y nunca hallada trascendencia.