Daimones e inteligencia

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

En los tiempos del esplendor cultural en Grecia, vivió un maestro de ética llamado Sócrates, conocido tanto por su sabiduría como por su relación con un daimón personal. Se trataba de una fuerza divina que, según registra Platón, le advertía sobre lo que no debía hacer. Jenofonte, por su parte, alude al acompañamiento íntimo del daimón ante cualquier decisión vital que tomaba el sabio, ya fuera en asuntos propios o en los de sus conocidos. Este daimón fue visto por la tradición griega como un guía interior, cuya voz intensa y profunda ayuda al pensamiento a transitar por las complejidades sociales.

Los daimones eran reconocidos por su naturaleza mixta. Si bien eran seres divinos que habitaban en el aire, tenían una conexión profunda con el mundo terrenal; se acercaban a las emociones humanas, al tiempo que eran capaces de revelar verdades universales a aquellos dispuestos a escucharlas.

El daimón socrático llegó a concebirse como una forma de adivinación que, alejándose de las voces externas y de los impulsos aleatorios de la naturaleza, se centraba en las movilidades internas que requerían una sutil atención y un fino discernimiento. Fue valorado como una manifestación de la inteligencia divina que actuaba como mediador entre lo sensible y los dioses, y orientaba el pensamiento hacia la verdad, trascendiendo las opiniones comunes e involucrando la integridad personal.

Con la guía de su daimón, Sócrates navegó por los desafíos morales y políticos de su tiempo. Fue condenado a muerte por corromper a la juventud y por no creer en las divinidades públicas atenienses, acusaciones que él refutó con una lucidez inspirada que los jueces consideraron impía. Dicen que, gracias a su daimón, enfrentó su destino con dignidad, vislumbrando que a su edad ya no podría escapar del deterioro físico.

Plutarco, a finales de la antigüedad, recogió la tradición de que los daimones eran intermediarios entre lo trascendente y lo mundano, influyendo en el destino de las personas. Destacó la importancia del daimón personal que dibuja la inteligencia de cada cual, cuyo ejemplo más virtuoso estaba en Sócrates, quien siempre supo recibir con cautela los anuncios divinos, y defendió el valor de atender las voces profundas que en todos se revelan. Reconoció también que, pese a que la labor de los daimones consistía en guiarnos hacia la perfección, no eran infalibles; sus apegos a lo temporal podían inducirlos a tomar decisiones erróneas, causando grandes dolores.

Plutarco cuenta que en la luna existen ensenadas donde los daimones, descendientes de la luz solar, podían purificarse tras cualquier traspiés durante su participación en la vida mundana. Si no lo lograban, esas inteligencias volvían a la tierra para seguir laborando entre las sombras. Los oráculos eran las manifestaciones más lúcidas de esas inteligencias daimónicas; tendrían que ser interpretadas con sumo cuidado.


La unidad de la razón natural