“Las uvas del tiempo”, de Andrés Eloy Blanco

 


 

 

Por Álvaro Mata

Si hay un poema que se ha convertido en emblema del fin de año en Venezuela ese es “Las uvas del tiempo”, de Andrés Eloy Blanco.

Compuesto en la víspera del año nuevo de 1923 en Madrid, a donde Andrés Eloy había viajado para recibir un premio de poesía, el texto es una especie de balance de la vida de quien escribe.

El poeta se dirige a su madre y le cuenta cómo celebran la Nochevieja en España. En su personal balance, no exento de elementos universales, señala que el júbilo de la gente en la calle se entiende porque “todos tienen su madre cerca”, pero en cambio él no: la suya está lejos, y en ese momento tan importante, desde su soledad se pregunta por el sentido de los honores que fue a recibir a la ciudad europea. “¡El Renombre, la Gloria..., Pobre cosa pequeña!/ ¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,/ cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!”, reconoce apesadumbrado el poeta.

Por ello, cuando todos comen las doce dulces uvas al compás de las campanadas que despiden al año viejo, esas mismas uvas se hacen amargas para quien está lejos de su tierra. Son “uvas de la ausencia” que tienen “el ácido de lo que fue dulzura”.

El poema se popularizó en la radio hasta formar parte de las tradiciones decembrinas venezolanas, tan infaltable como las hallacas, el pan de jamón o las gaitas. Y es así como cada 31 de diciembre, poco antes de la medianoche, la familia se reúne en torno a una radio desde la que se escucha el poema en la voz carrasposa y aguda de Andrés Eloy. En ese momento, el tiempo se suspende en un abrazo fraternal en el que la poesía dispone el ambiente para la reflexión sobre lo que hemos hecho con el tiempo que nos fue dado sobre la tierra.

“Las uvas del tiempo” vino a convertirse en una de las composiciones más famosas de la poesía venezolana, y Andrés Eloy Blanco en uno de los poetas más queridos por haber acercado la poesía a la gente, a través de historias sencillas, contadas con las palabras de todos los días.

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