Graziano Gasparini

 


 

 

Por Álvaro Mata

El pasado mes de noviembre falleció en Caracas Graziano Gasparini a los 95 años de edad.

Arquitecto, profesor universitario, fotógrafo, historiador de la arquitectura y pintor, Gasparini llegó a Venezuela proveniente de su natal Italia en el año 1948. El motivo de su visita al país fue invitar a las autoridades locales a participar en la Bienal de Arte de Venecia, en cuyos pabellones expositivos trabajaba como restaurador.

Al llegar a Venezuela Gasparini descubrió que había muy pocos arquitectos, y de pronto las ofertas de trabajo no tardan en aparecer. Tenía 25 años de edad y toda una vida por delante, así que decidió quedarse definitivamente en tierras latinoamericanas.

A bordo de un Volkswagen recorrió el país, iglesia por iglesia, monumento por monumento, para levantar un registro arquitectónico y fotográfico de estas edificaciones. Posteriormente, se encargaría de su restauración. Ese fue el caso de la iglesia de Píritu (1953), la Catedral de Coro (1957) o la iglesia de Santa Ana en la Isla de Margarita (1963). Su destacada labor como restaurador en Venezuela lo llevó a ser delegado de la Unesco para restaurar edificaciones coloniales en Colombia, Ecuador, Perú y México.

Paralelamente, incursionó en la pintura con telas que reflejan la sencillez, la soledad y el abandono de los monumentos históricos, y participó en salones oficiales de arte en los que su obra pictórica fue reconocida con premios.

Son recordadas las clases de Graziano Gasparini en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela. En ellas se reconstruía el pasado colonial latinoamericano de viva voz, pues el profesor relataba en primera persona su experiencia con estas edificaciones, además de ilustrarlas con fotografías tomadas por él mismo.

Su defensa del arte prehispánico y colonial latinoamericano fue feroz, así como su empeño en darlo a conocer a las nuevas generaciones para que tomaran conciencia del patrimonio que nos legaron los antepasados.

Para ello queda una obra fundamental de más de sesenta libros que comenzó a poner en orden nuestra historia arquitectónica. “Sentir y respetar el monumento”, era una de las frases que más reiteraba. Porque no podemos entender el suelo que pisamos si no estudiamos el sustrato que lo sostiene.