La poesía brutal de Francisco Hung

El arte venezolano de mediados del siglo XX conoció un estallido cromático reverberante que fusionó dos mundos: la disciplina ancestral de Oriente y la energía telúrica del Zulia. El artífice de esta simbiosis fue Francisco Hung, un artista inclasificable nacido en el crisol cultural zuliano, hijo de padre chino y madre maracucha.
El itinerario vital de Hung —Hong Kong, Maracaibo, Europa y de nuevo, y por siempre, Maracaibo— forjó una paleta y un trazo únicos. Su formación inicial fue fundamental: hasta los doce años, estudió en una escuela de Cantón donde adquirió la base de la caligrafía china, una práctica que cultivaría obsesivamente y que luego trasladaría al retrato en tinta con sorprendente profundidad psicológica. Su entrada al panorama artístico fue rápida: en 1957 realizó su primera individual en Caracas, en la Galería Mare Mare de Miguel Acosta Saignes, y ya en la década de los sesenta presentaba obras fundamentales como sus Máquinas voladoras y Materias flotantes.
Tras viajar a Francia entre 1958 y 1963, Hung se embebió del espíritu de la vanguardia, conociendo a figuras clave del informalismo europeo como Roberto Matta, Georges Mathieu y Hans Hartung. Bebió del action painting, pero lo revistió de una impronta personal. Su proceso creativo era tan importante como el resultado final: antes de pintar, no entraba en el taller sin preparación. Practicaba artes marciales —Kung Fu, Karate, Tai Chi—, meditando y realizando ejercicios de respiración y relajación. Luego, danzaba con y alrededor de la tela, desatando un azar controlado de goteos y pinceladas. Este uso del cuerpo entero demandó los grandes formatos donde su pintura “alcanza su definición mejor”, desplegando un universo de espacio y velocidad. En el lienzo, la sinuosidad del trazo caligráfico se hace gesto, mancha vertiginosa y vibración. La crítica, con acierto, lo consideraría uno de los mejores representantes del expresionismo abstracto en Venezuela. La intensidad de su paleta no era casual. Inquirido por el origen de sus colores, Hung confesó que provenían de un recuerdo fundacional, traumático y sublime: el estallido de las bombas durante la guerra en Hong Kong.
De esta síntesis de la violencia controlada, la meditación oriental y la explosión cromática de la guerra, surgió lo que el crítico Roberto Guevara llamó la “Poesía brutal” de su pintura. Esta obra, intensa y coherente, consolidó a Francisco Hung, “el chino”, como una figura ineludible del arte venezolano, un maestro que llevó el fuego de la Tierra del Sol Amada a la abstracción.
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