La fabulosa vida de Rafaela Baroni

 


 

 

Por Álvaro Mata

Enfermera, yerbatera, adivina, rezandera, teatrera y tallista de alto vuelo son algunos de los oficios que desempeñó Rafaela Baroni, trujillana que vino a mostrarnos las mil y una caras de la creación. Su historia tiene visos de leyenda, está rodeada de magia, porque así lo dispuso la providencia, y sobre todo ella misma: es el mito sobre sí el que dinamiza sus creaciones. Veamos. Dos son los ataques de catalepsia que la han dado por muerta: el primero a los 11 años de edad, durante 24 horas, y el segundo a los 33 años, cuando permaneció inconsciente 72 horas. “En esos tres días aprendí muchas cosas”, cuenta Rafaela, “a ver las cédulas, y leerlas para saber el temperamento de la gente, a hacer pomadas para la artritis, a pronosticar muchas cosas que realmente han sucedido”. De esta experiencia nace La mortuoria o El entierro, su obra más conocida, suerte de performance en que se mete en una urna hecha por ella, mientras es velada por un grupo de personas, para luego resucitar entre vítores y aplausos.

Otro padecimiento de salud viene a detonar su necesidad expresiva. Víctima de un derrame interno que le genera el desprendimiento de sus retinas y la deja completamente ciega, la Virgen del Espejo se le aparece en sueños durante su convalecencia, cuenta, y cura su vista al besarla en los ojos. A partir de este suceso, talla la virgen en un trozo de madera y comienza a venerarla en su casa museo de Trujillo, devoción que se convierte en otra de sus obras fundamentales. La vocación se definió, entonces, con esta epifanía. Rafaela dice que empezó “a trabajar la madera únicamente cuando la Santísima Virgen se me presentó”. Santos de toda índole, ángeles, nacimientos, autorretratos, alegorías de la vida y la muerte conforman los motivos de su trabajo, vivamente coloreados con aceites industriales. Talla en madera figuras de rostros gélidos, hieráticos, cercanos y distantes, no del todo humanos. Admira la belleza de sus esculturas, pero guardamos respetuosa distancia de ellas.

El doble, el otro, cobra corporeidad y protagonismo a través del personaje de Aleafar, un palíndromo del nombre Rafaela, con el que intenta verse en el teatro del mundo, en diferentes situaciones cotidianas. Porque si algo es evidente en la obra de Baroni es su pasión por la representación y el teatro. Así entendía su trabajo: “Yo, mi carrera, la sigo actuando (…) Me ha encantado siempre representar”, señaló alguna vez. Y fue una actriz de excepción que representó su propia mitología en prestigiosos museos y salas de exposiciones, replanteando, una vez más, el rótulo de “artista popular” ante la heterogeneidad del arte contemporáneo.

Imprimir texto