Baltasar Lobo en Venezuela
Receloso de los viajes como era, no fue necesario que Baltasar Lobo viniera a Venezuela para participar del proyecto de modernización de la ciudad de Caracas emprendido hace unas cuantas décadas, con unas esculturas que dialogaban con el discurso estético que comenzábamos a balbucear entusiastamente.
Nacido en Zamora, España, poco sabemos de la biografía de Lobo: fiel a sus raíces campesinas, desconfiaba de los focos y de las primeras planas de los periódicos. De proverbial vida frugal, no le daba importancia al dinero. Y una vez que salió del terruño a causa de la Guerra Civil, nunca se quiso mudar, vivió siempre en el mismo sitio, el n°23 de la parisina Rue des Volontaires, donde también vivían Antoine Pevsner y Naum Gabo.
La construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas, hervidero de mentes y sensibilidades brillantes, fue la “excepcional oportunidad” (Gaston Diehl dixit) para que la obra de Baltasar Lobo llegara —y permaneciera— en Venezuela. El primer contacto con el país se remonta a 1952, cuando Carlos Raúl Villanueva le encargó la emblemática Maternidad que preside la Tierra de Nadie del campus universitario.
Tempranamente, el Museo de Bellas Artes de Caracas se fija en su trabajo y le dedica dos exposiciones, una de dibujos en 1955 y otra de esculturas en 1958, con entusiasta receptividad. A partir de entonces, los coleccionistas vuelven la mirada hacia Lobo y las instituciones le encargan esculturas para lugares públicos de la ciudad, como El naciente del Paseo Vargas o El despertar de la Maternidad Concepción Palacios, por nombrar dos de las más conocidas.
En 1989, el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas presentó al público la más importante exposición del escultor zamorano entre nosotros, que agrupó 145 bronces, tallas en mármol y piedra, dibujos y litografías. Para disponer de tal cantidad y calidad de piezas, fue fundamental el trabajo del galerista venezolano Alejandro Freites, a quien Lobo, en 1986, confirió la representación universal de su obra.
La mujer fue el gran tema de Baltasar Lobo, que abordó en torsos y figuras de curvas sinuosas y sensuales, desarrollando un discurso lúdico que halla en el arquetipo de la maternidad su leit motiv. Estamos ante una escultura austera, como la propia vida del zamorano, poseedora del secreto de la exquisitez de lo sencillo.
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