El cuerpo según Armando Rojas Guardia

 


 

 

Por Álvaro Mata

Una de las experiencias vitales más importantes en la vida y obra de Armando Rojas Guardia es la relación entre lo sagrado y lo erótico, entre la divinidad y el homoerotismo, persiguiendo “el contacto armonioso de las caricias, los arabescos del tacto uniendo también a los espíritus”, como anota en su ensayo Crónica de a memoria.

Dejándose llevar, Rojas Guardia cuenta una de sus tempranas experiencias eróticas homosexuales. Se trata de un “éxtasis contemplativo”, bajo la clara luz matutina, de un joven compañero del liceo; era la representación del amor, puro, bueno, incontaminado. “Dios tiene que amar este amor”, se dijo. Y estaba en lo cierto. Pero pasarían muchos años para volver al amor así entendido, pues primero tendrían lugar los furtivos encuentros en bares clandestinos, hasta que emprendería la no poco ardua batalla de “asumir íntegro el deseo, pero refinándolo, esmerándolo”, según sus propias palabras. Ahora, agrega, “la ternura erotizada, y no el escueto diapasón genital, envolvía tu acercamiento sensible a la masculinidad corpórea, ternura espontáneamente dispuesta a emocionarse ante una configuración gestual. El color de unos ojos o cierto modo visible de aproximarse a un objeto o de reír”. Como en la escritura, en el amor también se trata de un difícil equilibrio entre la ética y la estética.

Rojas Guardia sabe que una de las pocas maneras para alcanzar la plenitud es atendiendo las voces del cuerpo sin inhibiciones, explorando los tesoros ocultos que tiene para ofrendarnos. Asumiendo la mística erótica que ha venido construyendo en su vida y en su literatura, es que puede hablarnos de(sde) “un cuerpo vivenciándose sin bloqueos, sin trabas, sin prejuicios, sin cortapisas intelectuales o morales, sensible hasta el extremo, de lágrimas fáciles, plenado por su propio ímpetu vital, tan ebrio de éste que parecía ser casi hiperkinético”. Se trata del cuerpo físico, libre, con límites y forma —Apolo rigiendo—, conviviendo plenamente con el cuerpo psíquico a través de la escritura. Como anotó María Fernanda Palacios: “Hacer cuerpo es hacer límites. Ensayar es una manera de hacer cuerpo y conocer nuestros límites”. Y no por nada es en el terreno ensayístico donde se llevan a cabo las batallas más arduas de nuestro escritor: la suya consigo mismo.

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