Armando Reverón y la pintura “verdaderamente venezolana”

 


 

 

Por Álvaro Mata

En 1921, teniendo 32 años, Armando Reverón decidió establecerse definitivamente en Macuto, como lo aconsejó su amigo y mentor Nicolás Ferdinandov. Este retiro implicó un cambio de conducta al adoptar hábitos primitivos, apartándose cada vez más de la ciudad, a la que irá en contadas ocasiones.

Los motivos de su pintura por estos años son cocoteros, marinas y paisajes del puerto de La Guaira, cuyo rasgo común es la incidencia directa de la luz. A raíz de esto, la crítica plantea que Reverón se propuso, y consiguió, la representación objetiva de la luz en el cuadro, al transmitir toda la luminosidad del trópico.

Acorazado en su Castillete, Reverón se ha concentrado en “hacer una pintura verdaderamente venezolana”, como dijo a un periodista en el año 1953. “Estudio día y noche lo que debería ser una pintura venezolana, que no la hay hasta el momento. Tengo que consagrarme en eso hasta lograrlo”, dice empecinado. “¿Premios? ¿Dinero? ¿Para qué? Si en cambio lograra hacer una pintura verdaderamente venezolana, eso sí es importante”, remata pensativo y alucinado.

La misma Juanita Ríos, poco antes de la muerte de Reverón, también declaró a un periodista: “Se dedica ahora a preparar pinturas venezolanas. Es su obsesión, su dicha y su calvario”.

Quince años antes de estas declaraciones, Mariano Picón Salas había publicado “Reverón”, el primer texto crítico serio sobre la obra del “loco de Macuto”. En él, un preclaro Picón Salas ya señalaba que “en el alma de Reverón se reconcentra algo misteriosamente venezolano”.

La mirada zahorí de nuestro máximo ensayista ya había notado entonces ese elemento que se convertiría en “la dicha y el calvario” de nuestro pintor. ¿Pero a qué se refieren Reverón y Picón Salas con lo “verdaderamente venezolano” o lo “misteriosamente venezolano”? Ese sigue siendo un terreno virgen que desbrozar, que explica el hecho de que una fibra vibre en nosotros al estar frente a una tela de Reverón, pues de antes de ver esos paisajes, ya los hemos intuido, porque están en nuestro ADN. Son paisajes psíquicos que nos acompañan como hijos de esta tierra.

Imprimir texto