Una hipótesis candente. los papeles que el amigo no quemó. (1)



 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

[Dedico esta serie de microgramas a una gran kafkiana, a la Profesora María Fernanda Palacios, en Caracas, que ha sido y sigue siendo mi maestra y que sabe mucho mas de Kafka de lo que jamás podré llegar a saber yo. En su honor y a su salud, con alegría, estas conjeturas mías, en ocasión del centenario de la muerte del autor.]

Expongo y propongo aquí una hipótesis candente, con ánimo ocurrente. Como muchos lectores saben, Franz Kafka, en su lecho de muerte, en Praga, mandó a quemar sus manuscritos a Max Brod, su amigo fiel, quien, a su lado, entonces estaba. Pero, Brod, precisamente por serle fiel, no le obedeció y lo traicionó publicando lo que se supone que debía haber quemado. ¿Por qué? He aquí un micrograma donde se especula un rato sobre este interesante asunto literario y testamentario, que más kafkiano no puede ser. Vamos a ver.

Lo primero que a uno se le ocurre, ¿no es verdad?, es preguntarse ¿por qué no los quemó él? ¿Por qué mandó a otro a hacer lo que él sintió que era necesario hacer? ¿Por qué dejó en manos de su amigo semejante acción, obligándolo, de ese modo, a cometer traición? ¿Se imaginan la cara que puso Brod cuando su amigo, en las últimas, a punto de dejar este mundo inmundo en el que tanto sufrió, le pide que acabe con todo, que haga desaparecer la ruma que abruma de lo que escribió y no publicó y almacenó incansable en su baúl de escritor, de escritor prolífico sin editor? Quizás el pobre Franz ya no tenía fuerzas para mover un dedo y mucho menos para encender una cerilla y provocar la deseada conflagración. Así que, ahogándose en su sangre, ya sin aire, le encargó la pira al más fiel, al que siempre estuvo con él y que lo admiraba como no se admiraba él, que se consideraba inferior, y lo tenía en un altar muy alto, precisamente a él. Parece una ironía; sí, una perfecta ironía kafkiana hacer que el más fiel se volviera el más infiel: puso en sus manos la tarea cruel, muy cruel, de incinerar aquella montaña de papel, precisamente a él. Pero no hay que romperse la cabeza para entender por qué. Por qué Kafka, moribundo, harto de tanto padecer, le encomienda a Brod semejante proceder, y lo carga con ese peso, no hay derecho, diría Max, y éste finge que obedece y le jura que iba a hacer lo que le pedía que se pusiera a hacer. Y ahí está el punto, ¿no es cierto? Kafka, que lo conocía y lo conocía muy bien, sabía que Max Brod lo traicionaría, que al encomendarle quemar todo lo que había escrito su amigo haría precisamente todo lo contrario, como en efecto hizo; porque Max no quemó nada y le gustó tanto lo que encontró en el arcón de los inéditos que decidió sacar a la luz todo lo que allí encontró, y lo arregló, lo anotó, e incluso lo corrigió, pasándose, sin duda, un poquito de la mano. Pero todo este asunto kafkiano no tiene final aquí. Ha de proseguir. Esperen la continuación, que ya tengo, cocinándose, entre manos.