Los seguidores de Orfeo

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Los cantos de Orfeo nacieron del infructuoso viaje a las oscuridades infernales, que lo dejó siete días inapetente, alimentado por el pesar y el dolor a orillas del Averno. Una profunda pena fue el impulso fundante de su legado poético, donde los padecimientos, los horrores y los temores ante la muerte, gestaron una manera distinta de percibir la tradición mitológica. A partir del íntimo dolor que produjo al poeta esa fracasada incursión, surgió una creencia en la inmortalidad del alma. Esta, junto al efímero cuerpo, marcará el carácter dual de la humanidad y la perentoria necesidad de alcanzar una mayor espiritualidad.

El orfismo, distanciado de la religión oficial, pero sin oponerse a ella, se acercó a los cultos dionisíacos. En realidad, los primeros seguidores de Orfeo nunca lograron ser parte de la vida ciudadana como lo eran los seguidores de Dioniso. Desde siempre se presentó como una incógnita esa relación. Durante toda la antigüedad, las alusiones a ambos rituales se hacían sin precisar con exactitud cuándo estaban referidas a alguna en particular. Ya en los siglos V y IV a. C. se hablaba de que Orfeo quería separarse de la sangre ritual y, en ese sentido, había sido capaz de calmar la violencia de las enloquecidas bacantes. Durante el Imperio Romano, cuando lograron unificarse, se asumió que el vate había sido el iniciador de todos los cultos mistéricos.

La muerte de Dioniso a manos de los Titanes constituye el mito central del orfismo. Los seguidores de Zagreo participaban en su culto para familiarizarse con el dios e identificarse extáticamente con él, pero esa participación no implicaba un saber que los transformara profundamente. Para los que seguían a Orfeo, la celebración ritual de esa historia implicaba un conocimiento simbólico que les permitía reconocer su propia alma, su lugar en el mundo y las posibilidades de encontrar la salida a su condición mortal. En el culto órfico la revelación se daba por la transmisión de una palabra, un discurso, que guiaba a los fieles a seguir las creencias para alejarse de lo material y acceder a lo espiritual. A diferencia de los dionisíacos y otros cultos mistéricos, que buscaban el contacto directo con el dios, lo valioso para el órfico era asumir desde sí mismo las verdades de la palabra ofrecida por Orfeo y sus seguidores. “La gran novedad del orfismo es la interiorización del rito.”

Ambas posturas seguían las mismas ceremonias, pero los dionisíacos buscaban un estado de éxtasis transitorio que les permitiera un arrebato místico, mientras que los órficos anhelaban una bienaventuranza alejada de esta vida, que sólo se conseguía tras distintas reencarnaciones que fueran purificando la particularidad del alma. La intensión órfica era elevarse sobre las condiciones temporales y acabar, poco a poco, con las generaciones, de ahí el ascetismo sexual que practicaban. Las almas purificadas podían acceder a un estado extático de eternidad, donde la conexión con el dios era profunda y continua.

Orfeo, gracias a su canto, su música y su palabra, se acercó a los misterios más insondables de la existencia y dio cuenta de sus transiciones y sus meandros, de sus gracias y sus dolores. Junto con los oficiantes de sus ritos, se hizo un sabio, un mago, un curandero que, con oraciones, con prescripciones y pócimas, procuró resarcir la dignidad de la fragilidad humana. No salió ileso, pero su lamento parece susurrar aún en las actuales condiciones humanas.


La unidad de la razón natural