Teomanía o demoniomanía: Gérard de Nerval y los caprichos del diccionario médico

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

La lucidez de Gérard de Nerval respecto de su propia locura, algo que no significaría en él, como ya vimos, sino “el desbordamiento de los sueños en la realidad”, se pone de manifiesto en el comentario que le hace a la esposa de Alejandro Dumas cuando, después de su primer episodio psicótico, en 1841, sale del sanatorio donde ha estado recluido y le dice: “Ayer me encontré con Dumas. Le dirá que he recobrado lo que está convenido llamar razón, pero no crea una palabra. Soy, he sido siempre, el mismo… La ilusión, la paradoja, la presunción, son todas ellas enemigas del buen sentido, que nunca me ha faltado. En el fondo, he tenido un sueño muy divertido y lo echo de menos; he llegado incluso a preguntarme si no es más verdadero que lo único que me parece explicable y natural hoy. Pero como hay aquí médicos y comisarios que velan porque no se extienda el campo de la poesía a expensas de la vía pública, sólo me han dejado salir y vagar definitivamente entre las gentes razonables cuando convine muy formalmente en haber estado enfermo, lo cual le costaba mucho a mi amor propio e incluso a mi veracidad… Para acabar, convine en dejarme clasificar en una ‘afección’ definida por los doctores y llamada, indiferentemente, Teomanía o Demoniomanía en el diccionario médico. Con ayuda de tales definiciones, incluidas en estos dos artículos, la ciencia tiene el derecho de escamotear o reducir al silencio a todos los profetas y videntes predichos por el Apocalipsis, ¡uno de los cuales me jactaba de ser yo!”.

En este comentario minucioso y objetivo, impregnado por la llama de una ironía implacable contra sí mismo, está resumido, y anticipado vertiginosamente, todo el drama de Nerval: la inquietante intermitencia de una vida acosada por las sucesivas crisis de demencia que se prolongan hasta el día de su muerte. Ese terrible juego de mareas entre el asilo y la calle, entre el encierro y el vagabundeo, entre la enajenación y la lucidez recuperada. Esa manera de recordar la reclusión y de reconocerse enfermo para luego ironizar sin amargura sobre el fanatismo de la ciencia, su empecinado afán de clasificar, su necesidad de encasillar incluso las más extremas manifestaciones de lo singular para domesticarlo, pone en evidencia lo que afirmaba Proust: que Nerval era un loco con ese tipo de locura “que en absoluto influye en la naturaleza del pensamiento”; un loco como esos locos, dice, que, “a pesar de sus crisis, muestran demasiada cordura, una mente casi en exceso razonable, en exceso práctica, atormentada tan sólo por una melancolía puramente física”. Con el pensamiento intacto, quizás un poco como Artaud, Nerval conservó su lucidez, y esa sutilísima sangre fría con la que supo reírse de sí mismo sin dejar de reivindicar su nobleza de espíritu y su dignidad moral.


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