Gérard de Nerval: la Implacable lucidez de la locura

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Al salir de su primera reclusión en la clínica del doctor Esprit Blanche, en noviembre de 1841, Nerval, conversa con la señora de Alejandro Dumas sobre su experiencia, proporcionándonos, como vimos en una evocación anterior del tema, un sucinto como implacable relato, que pone en evidencia la absoluta lucidez del poeta, considerado, por la ciencia médica, como un enfermo mental. Lejos de cualquier divagación o formulación absurda, el texto de Nerval es de una lógica implacable en su argumentación e impecable en su expresión. Ya quisieran escribir los cuerdos con esa pulcritud, esa nitidez, esa belleza. El hecho es que en esa declaración, el poeta se muestra completamente consciente acerca de su propia situación como objeto experimental de la psiquiatría y tiene la suficiente entereza de ánimo como para criticarla y denunciarla con una distanciada y generosa liberalidad que raya casi en la condescendencia y desemboca en un risueño y acaso disparatado perdón. Extraña mansedumbre y delicadeza del alienado sometido por la fuerza opresiva de la máquina clínica que responde con sutiles sarcasmos a la violencia de la que ha sido víctima. Admirable bondad de espíritu del loco Nerval dispensando a sus perseguidores de todo amargo reproche o vilipendio, sin dejar por ello de señalar la vileza de sus procedimientos.

En su comentario a la señora de Dumas, Nerval se defiende, pues, con la elegancia y la actitud de un alma noble, reafirmándose gallardamente en su condición, asociando su dolencia a la videncia, su supuesta enfermedad a los poderes teleológicos de la profecía; y aun tiene la gracia –la deferencia casi- de burlarse de sí mismo señalando su jactancia al pretender parecerse a esos iluminados que anuncia el Apocalipsis. Su J’accuse es claro y contundente: no pasa por alto la manera de proceder de una estructura organizada para escamotear o reducir al silencio, como él dice, a los que no marchan por el mismo carril de los sensatos. Y en verdad, no hay mayor sensatez que la de este supuesto loco recién salido de su cárcel.

Con su sutil reclamo, Nerval abre camino, entonces, para que le prestemos atención a una de las aventuras más conmovedoras de la historia de la locura en el arte y la literatura: la lucha de los creadores por reivindicarse ante la ley y ante la ciencia que los sentencia, los discrimina, los encierra, cuando no los asesina, como hace con Van Gogh, cuyo suicidio atribuye Artaud, como veremos, a una sociedad ciegamente normativa, paranoica.


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