Fue director de la Cinemateca Nacional de Venezuela durante 20 años, gestión que aún hoy es recordada por su iconoclasia, pues Rodolfo Izaguirre se propuso “desacralizar el cine, el arte cinematográfico”, como dice con su característico humor.

En su juventud, participó en las ya míticas agrupaciones literarias Sardio y El Techo de la Ballena (1961). Durante casi 40 condujo el espacio “El cine, mitología de lo cotidiano”, en la Radio Nacional de Venezuela, así como también el programa de televisión “La Cinemateca del aire» (1989-1994), en la Televisora Nacional (Canal 5).

Ha publicado la novela Alacranes, ganadora del Premio José Rafael, así como libros sobre cine de consulta obligada. Actualmente es columnista dominical del diario El Nacional, trabaja en un ensayo sobre su propia vida y da las puntadas finales a Lo que queda en el aire, un libro sobre Belén Lobo.

Y dicho todo eso, a mí me gustaría presentar a Rodolfo de una manera más cercana, fraterna, señalando las virtudes que en él reconoce nuestra tan querida Victoria De Stefano: “su optimismo, su alegría, sus ganas de vivir, sobre todo su ánimo sereno, su buen y fino sentido del humor y su gracia como conversador. Rodolfo es un hombre bueno”.

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