Un poema es la imagen de la vida en su eterna verdad

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Percy Bysshe Shelley (1792-1822), romántico inglés, confiere al poeta el rango de verdadero sabio. Aclara que la sabiduría poética no puede medirse por la habilidad metódica ni por el buen manejo de una técnica, sino por la capacidad natural de algunos para ser receptores de la armonía única que mantiene la existencia. Sostiene que un inspirado poeta no recibe la gracia divina como un ente pasivo, sino que por sí mismo puede percibir algo de aquel acorde íntimo que los humanos tenemos con lo exterior, con la naturaleza, desde el cual todas las relaciones temporales se hacen posibles.

Una armonía original entre las cosas, sentida por la intuición humana más profunda, es lo que ha hecho posible las sociedades. Las diferencias culturales estarían marcadas por las relaciones que se establecen entre los mismos humanos cuando se juntan para hacer sociedad, pero la vital concordancia esencial se mantendrá siempre. El poeta tiene la facultad de gustar las convenciones sociales, los actos humanos, bajo una visión que relaciona la temporalidad con esa armonía, que lo plena de un placer divino.

Apunta Shelley que la poesía no objetiva a la realidad ni a la experiencia, tampoco es una crítica a la convivencia social; esas son actividades propias de la razón entendida como “la enumeración de cantidades ya conocidas” que concierne más a las diferencias que a las semejanzas y que aspira evitar equívocos. La palabra racional, aunque se pueda originar de la misma intuición, acota la fuerza de las relaciones que establecemos entre los acontecimientos y delimita la fluidez de los pensamientos. Así, lo orgánico de la existencia, lo realmente vivo, lo amplio de toda experiencia, queda sustraído de la realidad, y el intelecto la puede dar entonces por conocida.

La poesía, en cambio, ofrece una visión imaginaria de una honda intuición del orden esencial que deja abierta las semejanzas para las asociaciones, para los pensamientos aventurados, para la fluidez de todas las relaciones posibles y, por darse siempre en una elaboración actual del lenguaje, permite vislumbrar mejor los asuntos inmediatos de cada uno de nosotros, sin coartar los sueños, las expectativas, ni las desilusiones ni los miedos. La palabra poética apunta más a la esencia humana particular y propia, que a las determinaciones generales de lo temporal a las que se dirige el saber racional.

Escribe Borges: “Shelley dictaminó que todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe.”

La poesía sería la verdadera historia humana proyectada hacia la eternidad.