(III) De vita contemplativa (Bíos theoretikós)

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Con la noción de vita contemplativa, el latín recogió el espíritu universalista de la cultura griega y cimentó el pensamiento religioso-humanista, que se había venido gestando alrededor del mediterráneo. Su valor había sido exaltado por el pensamiento platónico-aristotélico, que la consideraba la digna actividad de los pensadores. Aristóteles (384-322 a. C.) la identificaba con la beatitud, esto es, con la felicidad de los dioses, a la que el hombre sabio tenía acceso. Contemplar se refería al acto de ver e implicarse con lo visto, acciones que se consideraban esencialmente humanas.

La raíz griega que los latinos traducen por contemplar (theoros), connota una visión del orden natural, ofrecida de lúcida y admirable manera. La contemplación implicó primero una lectura de la naturaleza y la posibilidad de encontrar en ella la verdad. Pero, el espíritu griego, que desde la mitología de Hesíodo se había ocupado en admirar y legitimar el orden sagrado del mundo, pronto vuelve su mirada a los valores interiores del alma que fundamentaban la legalidad de la contemplación exterior.

La actividad contemplativa aludía, entonces, a un visionario que pudiera ofrecer un sentido a la humana transición vital, esto es, una visión o una teoría (theoria) sobre el vivir. De lo que se trataba era de reconocer, en la naturaleza y en el alma, el equilibrio original detrás de los vaivenes mundanos y favorecer, si fuese posible, una vida más placentera. Cabe recordar que todo el pensamiento anterior al siglo V a. C, hundía sus raíces en una palabra donde el decir mitológico y la pregunta racional no estaban aún diferenciados. En Grecia -insisten los historiadores- esa transición se dio de manera orgánica. Todos los pensadores antiguos, desde su decir, procuraban dibujar los caminos para un mejor vivir.

Con los sofistas, los maestros de sabiduría de la democracia griega, el manejo voluntario del lenguaje se hizo esencial. Las vicisitudes de la intimidad del ánimo, ya matizadas por la palabra lírica, se hicieron, junto a la poesía, herramientas a ser comprendidas y usadas políticamente.

Desde ese reconocimiento consciente de la palabra, desde el interés cultural por el efecto inmediato del lenguaje, la filosofía, que nacía con Platón (427-347 a. C.), quiso rescatar de la tradición el valor por la reflexión profunda. La vida contemplativa (Bíos theoretikós), permitiría al pensador atender al mundo y al humano para acercarse a la finalidad misma de la existencia. Se trataría ahora de ver con “vista de ideas”, las verdades eternas. Esta actividad exigía un desprendimiento de la inmediatez de los deseos y de las pasiones.

La academia platónica comienza a perfilar las virtudes ideales de los hombres contemplativos; los que se dedicarían a las reflexiones sobre los principios divinos que garantizarían la felicidad de todos. Esos hombres serán, desde entonces, los filósofos.