¿Para qué la lírica hoy?

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

El poeta alemán del siglo XIX, Friedrich Hölderlin (1770 - 1843), hizo la pregunta que marcó el pulso de la escritura lírica del siglo XX: “¿y para qué poetas en tiempos indigentes?”.

Sus latidos siguen, hoy más que nunca, su rítmica pulsación en las honduras más íntimas del sentir actual.

La poeta también alemana, Hilde Domin (1909 – 2006) hace, en 1968, un escrito donde pareciera reflexionar sobre esa delicada pregunta.

Entre varias consideraciones escribe:

“El lírico nos ofrece una pausa en la que el tiempo está quieto. Es decir, todas las artes ofrecen esta pausa. Sin este detenerse para un quehacer de otra especie, sin la pausa en la que el tiempo está quieto no se puede suponer el arte, ni se lo puede comprender ni asimilar. En eso el arte es semejante al amor: los dos modifican nuestro sentimiento del tiempo. (De modo completamente igual a como para el hombre religioso la oración)”.1

Un momento de calma de donde “emerge” -dice la poeta- un “terreno precario”: “esta unión especial de ratio y excitación, el arte de la palabra y de la no-palabra”. Momento de la frágil intimidad, cuando intuimos la posible comunión con el otro, desde donde nos entregamos a la alteridad.

“La lírica nos invita al encuentro más sencillo y más difícil de todos los encuentros: el encuentro con nosotros mismos.” El tiempo del poema se hace, así, más real que el tiempo medido por la realidad. Uno más propio, más íntimo. La lírica “nos une otra vez con la parte de nuestro ser que no ha sido rozada por los compromisos, con nuestra infancia, con la frescura de nuestras reacciones”, de nuestros sentimientos. Desde ese originario lugar del ánimo personal, nos abrimos como recién nacidos a lo que no conocíamos, pero que ahora logramos reconocer desde el poema, como si lo que en él se hace palabra fuese parte del todo, de todos. “Eso excita y libera a la vez”.

“De ahí que el poema sea un artículo mágico de uso”, que se acomoda a cada lector, para que cada quien pueda seguir el camino hacia aquellos instantes donde estamos con nosotros mismos, alejados del trajín cotidiano. En esa particular introspección la lírica ofrece, además, la certeza de que su decir no se encierra en un yo determinado, en un asunto meramente personal; sino que, por el contrario, se abre a todos y amplía, al ofrendar su canto, la posibilidad de compartir desde la mayor intimidad, la intimidad del otro. Esto sería ser humano.

Domin insiste en el “tiempo irrenunciable” de la “pausa activa”; esa que lo “inútil” de la lírica nos permite y que nos hace estar más presentes, en nuestro lugar más real.

1Hilde Domin. ¿Para qué la lírica hoy?. Todas las citas son de este texo.