La vida contemplativa de los terapeutas

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

En el siglo I aparece en Roma un tratado que explicaba que la vida contemplativa, tan valorada por la filosofía, había sido, desde antiguo, abrazada por los hijos de Israel, como una facultad propia que los acreditaba como verdaderos sabios. El escrito comenta la vida de un grupo de creyentes del dios único establecidos a las afueras de Alejandría, aunque asegura que existían grupos similares en distintas zonas rurales, alejados de la vida urbana.

Filón de Alejandría, el autor del texto, habla de los terapeutas, para aludir a personas dedicadas a labores de sanación distintas a aquellas que trataban el cuidado corporal en las ciudades. Los hombres y las mujeres de esta secta, en absoluta continencia, se “dedican a las almas, oprimidas por enfermedades penosas y de difícil cura que lanzan sobre ellas los placeres, las concupiscencias, los dolores, los temores, las ambiciones, las insensateces, las injusticias y multitud de otras pasiones y vicios.”

Aunque formaban una comunidad, cada uno vivía en una morada solitaria que le permitía mantenerse a la escucha de los llamados del alma. Se dedicaban seis días de la semana a contemplar el mundo; oraban dos veces al día y, el resto del tiempo, meditaban sobre las escrituras. Comían austeramente una sola vez, tras la puesta del sol. La tarea era conservar siempre el pensamiento puesto en Dios. En el Sabath, se reunían a celebrar en un santuario común el descanso del Padre eterno; escuchaban las palabras de alguno de los ancianos y compartían el pan con agua de manantial.

La vocación contemplativa –explica Filón- era un llamado que trascendía la propia voluntad. La persona iniciada en estos servicios era arrebatada por un celestial amor que enaltecía el vehemente deseo por una vida inmortal y dichosa; era entonces poseído de manera semejante a las bacantes y lograba hasta profetizar e interpretar los sueños. La intención era cimentar el dominio sobre ellos mismos para construir las virtudes.

Para pensamiento filoniano las grandes verdades naturales estaban ocultas, la meditación de las imágenes de los textos sagrados permitía reconocerlas alegóricamente. La sabiduría helénica apuntaba ya esos pasos que implicaban reconocer los caminos del alma; pero la contemplación terapéutica resaltaba que cualquier lucidez racional servía para alentar los principios de una fe comprometida con la oscura fuerza impulsora del mundo, la única a ser obedecida sin reservas. La libertad sólo se alcanza bajo la tutela plena del Que Es.

La contemplación -argumenta Filón- era el gran valor heredado por los hijos de Jacob; lo verifica la historia del profeta que, tras la visión en Betel, pasó a ser llamado Israel , nombre que el autor interpreta como “el que contempla” . Desde esta lectura, el íntimo cuidado de los terapeutas sería mediar como sacerdotes de Dios, no sólo para las almas judías, sino para las de la humanidad entera: esa sería su tarea de sanación.


La unidad de la razón natural