"El Limonero del Señor", de Andrés Eloy Blanco

Por Álvaro Mata
Según nos informa Carmen Clemente Travieso, “el año de 1696 se desata en Caracas una peste de vómito negro que duró 16 meses consecutivos”. Aunque no se registró el número exacto de víctimas, sabemos por las crónicas de la época que las criptas de las iglesias eran insuficientes y que se improvisaron camposantos a cielo abierto.
Un año después la pandemia persistía. Las autoridades políticas y eclesiásticas convocaron una procesión con la imagen de Jesús Nazareno que reposaba en la Capilla de San Pablo el Ermitaño, para pedirle el fin de la peste que diezmaba a la población.
Cuenta la tradición popular que, andando en peregrinación, al llegar a la esquina de Miracielos, la corona de espinas y la cruz del Nazareno se enredaron con las ramas de un limonero que asomaba a la calle desde el muro de una casa. Enzarzados los cargadores en destrabar la imagen, comenzaron a caer a montones los limones que nimbaban el árbol. Alguien gritó “¡Milagro! ¡Milagro!”, y a continuación comenzaron a ingerir la fruta mezclada con la dulce melaza que se producía en los trapiches del Valle.
Fue así como la vitamina C que contenía el limón se convirtió en la panacea que logró la curación.
La oralidad transmitió la anécdota para evitar su olvido. Hasta que en 1923, Andrés Eloy Blanco escribió “El limonero del Señor”, poema que vendría a inmortalizar la hermosa y caraqueñísima historia.
El poema “El limonero del Señor” se hizo tan conocido como la propia imagen del Nazareno de San Pablo que reposa en la Iglesia de Santa Teresa, a cuyo costado fue plantado un limonero, hijo del árbol que hizo el milagro en el siglo XVII.
Escuchemos algunas estrofas del poema de Andrés Eloy Blanco:
asordó la Puerta Mayor
y el Nazareno de San Pablo
salió otra vez en procesión.
En el azul del empedrado
regaba flores el fervor;
banderolas en las paredes,
candilejas en el balcón,
el canelón y el miriñaque
el garrasí y el quitasol;
un predominio de morado
de incienso y de genuflexión.
—¡Oh, Señor, Dios de los Ejércitos.
La peste aléjanos, Señor...!
En la esquina de Miracielos
hubo una breve oscilación;
los portadores de las andas
se detuvieron; Monseñor
el Arzobispo, alzó los ojos
hacia la Cruz; la Cruz de Dios,
al pasar bajo el limonero,
entre sus gajos se enredó.
Sobre la frente del Mesías
hubo un rebote de verdor
y entre sus rizos tembló el oro
amarillo de la sazón.
De lo profundo del cortejo
partió la flecha de una voz:
—¡Milagro...! ¡Es bálsamo, cristianos,
el limonero del Señor...!
Y veinte manos arrancaban
la cosecha de curación
que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios.
Y se curaron los pestosos
bebiendo el ácido licor
con agua clara de Catuche,
entre oración y oración.
