Defensa de la lectura, por Pedro Salinas

 


 

 

Por Álvaro Mata

Pedro Salinas fue uno de los miembros de la Generación de 1927, imprescindible grupo de escritores que vendría a dar lustre a la literatura española, y en la que se encontraban figuras de la talla de Federico García Lorca, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Vicente Aleixandre, por solo nombrar algunos.

Poeta, dramaturgo, ensayista, traductor y pedagogo de excepción, Salinas tuvo entre sus constantes preocupaciones la defensa del lenguaje, de la literatura y de la lectura.

Por ello, en 1948 publica su fundamental libro de ensayos El defensor, en el que emprende en minucioso análisis de estos temas, a través de una prosa con sabor y saber, y empleando un depurado estilo ensayístico que atrapa al lector desde las primeras páginas.

En un mundo donde la velocidad vertiginosa de las comunicaciones y redes sociales desplaza el tempo ocioso necesario para la lectura, conviene recordar las palabras de Pedro Salinas en torno a la lectura contenidas en El defensor:

“Hay un tiempo de leer cronológico, mensurable y tabulable, en relación con la materia numérica leída; pero el verdadero tiempo de lectura es variable para cada ser humano, y hasta diría que variables dentro de cada ser humano, por misteriosos motivos originados en una conjunción del modo de ser espiritual de la persona con las circunstancias y el tema de la lectura. Hasta llegaría yo a pensar que cada autor tiene su propio tiempo, que secretos e inexplicables pedales nos aceleran, nos retrasan la andadura del leer; y que en ese tiempo del leer colaboran las estaciones del año, y las horas del día y la noche, y los estados de ánimo del leyente, y sus posturas. La lectura es todo eso, conjunto e inseparable como en un paisaje la montaña del fondo y el son del aire en la arboleda y el reflejo verde en el agua.

Cada lectura, si es lectura cabal, se nos presenta como acto único; el lector verdadero se entra en ella, paradójicamente, llevando en sí todos los beneficios derivados de sus experiencias lectoras anteriores, pero sin que en modo alguno le obsten para sentirse como si estuviera estrenándose virginalmente en el leer. Por mucho que se repita, ni se mecaniza, ni debe mecanizarse nunca la actividad lectora. No sería pertinente aquí alegar mi propio caso –sostiene Pedro Salinas-, pero en los de muchos de mis amigos de alta marca intelectual, es cosa confesada que con el más y más leer se aprende a leer más despacio, no más a la carrera; y se disfruta de esa lentitud, por las delicias que deja”.