Recuerdos de Carlos Cruz-Diez
En mayo de 2014 salió de imprenta el libro “Vivir en arte, recuerdos de lo que me acuerdo”. Se trata de las memorias de Carlos Cruz-Diez desde su infancia hasta sus años recientes en Francia. En este recuento lleno de anécdotas y humor, vemos cómo fue su formación, cómo percibía su entorno social, cómo fue definiendo sus pasos en el arte, y cómo era la Caracas de las primeras décadas del siglo XX así como la Europa donde se establece años después. Refiere también las decisiones que debió tomar mientras levantaba una familia, que ha sido su principal aliada, de vida y de obra.
Vale la pena detenerse en la etapa caraqueña, justamente entre los años cuarenta y cincuenta, antes de su partida a París. Durante ese período tomó importantes decisiones. La primera fue cuando era estudiante en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas, donde recibió clases de pintura con suma alegría y placer. No entendía porqué éstas eran motivo de depresión y de crisis de furia para algunos de sus compañeros. Entonces pensaba: “Si para mí la pintura era un goce y para los demás un sufrimiento, lo más probable es que yo no fuera un artista”. En consecuencia, tomó la decisión de retirarse de los cursos de Arte Puro y proseguir sus estudios en Artes Aplicadas y Artes Manuales, graduándose de profesor. Esta opción determinó, sin duda, su actividad artística posterior.
Y, en efecto, el camino tomado tuvo sentido. Desde niño Cruz-Diez dibujaba tiras cómicas, inclinación que luego profundizó y realizó profesionalmente para diversos medios impresos. Fue dibujante, ilustrador e insigne diseñador gráfico. Trabajó en importantes revistas como “Essograma”, “El Farol”, “Nosotros”, “Élite”; en periódicos como La Esfera y El Nacional. Llegó a ser director de arte de la prestigiosa agencia de publicidad McCann-Erickson que llevaba la cuenta de la Standard Oil Company, medios que le permitieron conocer a fondo la actividad editorial y gráfica. Estos conocimientos tienen estrecha vinculación con su obra artística, pues las diversas técnicas de impresión y la tecnología, a la que ha estado atento toda su vida, formaron parte indiscutible de su proceso creativo. De allí la importancia del hacer y de aplicar lo creado a algo, una premisa que con disciplina y perseverancia le permitió realizar, años después, obras monumentales como las integradas a la arquitectura, esculturas que desafían la gravedad y la escala, o propuestas interactivas con los avances de la tecnología.
Cruz-Diez llegó a tener mucho éxito como diseñador. Renunciar al prestigio logrado habiendo manejado importantes cuentas publicitarias y al diseño para dedicarse al arte fue tal vez la más trascendental de sus decisiones. Entonces estaba en desarrollo su investigación en torno al color. Fue cuando dejó todo y partió a Europa, primero en 1955, y luego definitivamente en 1960. “Tuve la certeza -señala Cruz-Diez- de que ése era el momento de estar en París y desarrollar mi proyecto. Y no me equivoqué”.
Definitivamente, París era el lugar.