Miguel Angel. El arquitecto, el pintor.

 


 

 

Por Susana Benko.

Florencia fue el principal centro artístico de Italia durante el siglo XV. En el siglo siguiente lo fueron Roma y Venecia, regiones ya impregnadas del espíritu renovador del Renacimiento. Particularmente hubo la voluntad de reconstruir Roma. Para hacerlo, los diversos Papas que se sucedieron coincidieron en llamar a los grandes genios del arte y de la arquitectura.

Fue bajo el mecenazgo del Papa Julio II en 1508 que se le encomendó a Miguel Ángel Buonarroti, escultor, pintor y arquitecto, culminar la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Ésta fue iniciada por Donato Bramante, el gran arquitecto renacentista que falleció antes de ver culminada su obra. Miguel Ángel, entonces, retomó el proyecto, mantuvo la planta de cruz griega concebida por Bramante e hizo algunos importantes cambios; corrigió problemas estructurales y le dio mayor monumentalidad a la Basílica. Para ello proyectó una imponente cúpula sobre el altar mayor, justo en el lugar donde supuestamente está enterrado San Pedro. Luego de mucha resistencia, accedió a decorar la bóveda de la Capilla Sixtina que estaba previamente pintada de azul con estrellas doradas. Esta capilla –que debe su nombre al Papa Sixto IV quien ordenara su construcción en 1477– se encuentra a la derecha de la Basílica de San Pedro.

En lugar de pintar la historia de los Doce Apóstoles como se le asignó, Miguel Ángel decidió narrar visualmente otras historias. Representó a más de 300 personajes, entre profetas, sibilas, apóstoles y otras figuras bíblicas que cuentan diversas escenas tomadas del Antiguo Testamento. No dejó posibilidad de vacíos. Pintó esta multitud de figuras realizando acciones diversas a lo largo de la bóveda, como en los arcos transversales, en las divisiones estructurales y hasta en los intersticios. La impresión total es de superabundancia. En medio de todo esto se encuentra el tema central: La creación de Adán, quien extiende su mano hacia Dios.

Luego de cuatro años de labor, terminó las pinturas de la bóveda. Veinticinco años después, realizó el mural El Juicio Final, tal vez el mejor ejemplo de un estilo que se ha convenido calificar como terribilitá michelangelesca. Este apelativo se debe a la manera rotunda de representar a los personajes, algunos con claros gestos de furia y cuerpos tremendamente robustos con posiciones enrevesadas. Todo ello en medio de un torbellino compositivo que demarca el futuro advenimiento del barroco en la historia del arte.

Miguel Ángel también murió sin ver finalizada la cúpula de la Basílica de San Pedro, pero ésta fue construida posteriormente por otros arquitectos que siguieron su concepto original. En cuanto a sus frescos, la bóveda de la Capilla Sixtina y El Juicio Final han sido considerados como las mejores pinturas de Miguel Ángel. Y sobre sus aportes como escultor… hablaremos en un relato posterior.