El diseño en el Art Nouveau

 


 

 

Por Susana Benko.

Entre 1890 y 1910 se extendió por Europa el estilo modernista conocido como Art Nouveau, Belle Époque, Jugendstil, Modern Style, entre otros apelativos.

Influidos por las ideas del inglés William Morris y el movimiento “Arts and Crafts”, los artistas modernos de entonces buscaron integrar su obra al campo de las artes aplicadas y no únicamente al arte contemplativo y puro. De este modo, se opusieron al historicismo académico, al realismo y al impresionismo.

En el Art Nouveau, para llamarlo en su acepción francesa, la tendencia estilística son las formas curvas, orgánicas, inspiradas en los elementos de la naturaleza que dan sensación de fluidez y continuidad. Ello se expresa sobre todo en la representación de figuras femeninas y decorados florales tanto en el diseño de objetos realizados mediante las artes del fuego, en hierro forjado y otros materiales, como en la ilustración de carteles y en la arquitectura.

Si bien se valora lo artesanal, en el Art Nouveau no se descartaron los avances industriales como un modo de “socializar” los productos de diseño. La intención era convivir con la belleza de los objetos de uso cotidiano. Esto era visible en el mobiliario, luminarias, objetos funcionales o decorativos del ámbito doméstico como en el diseño urbano visto en kioskos, entradas a estaciones de metro, postes y faroles de luz, etc. Artistas, diseñadores y arquitectos trabajaban indistintamente los diversos medios expresivos por lo que la jerarquización entre artes mayores -o Bellas Artes- y artes menores - las artesanías- quedaba abolida.

A todas estas, la intención era unir arte y vida. De allí la creación de las llamadas escuelas de artes y oficios, responsables éstas, y no las academias de arte, de marcar la pauta de lo moderno. Sin embargo, pasada la Primera Guerra Mundial, el Art Nouveau fue cuestionado por arquitectos y diseñadores inmediatamente posteriores. Consideraron que sus productos estaban muy recargados de ornamentos, lo que dificultaba la producción en serie. En otras palabras, el anhelo de una “democratización de la belleza” se alejaba, pues a mayor cantidad de ornamento, mayor era el trabajo manual. La pieza, lejos de masificarse, se volvía única e individual. El peligro del ornamento excesivo, por otra parte, era el mal gusto, algo inaceptable para la nueva sensibilidad moderna que empezaba a gestarse en la segunda década del siglo XX.

Entonces se planteaba otro dilema: evitar que la serialización estandarizara la valoración de objetos y los convirtiera en simples fetiches de consumo. En consecuencia, aparecieron por un lado el Art Decó, estilo basado en formas repetitivas y más sistematizadas geométricamente, que devino muy comercial, y por otro lado, una generación de artistas y diseñadores que pretendía rescatar la ética en la creación de obras de arte y de productos utilitarios, acordes al espíritu abstracto de la época. Entre ellos están los neoplasticistas, los maestros de la Bauhaus y los constructivistas rusos.