"El Beso" de Gustav Klimt
Por Susana Benko.
Gustav Klimt nació en Baumgarten, Austria, en 1862. Fue un importante artista simbolista de fines del siglo XIX y representante del Art Nouveau y del expresionismo vienés en las primeras dos décadas del siglo XX.
No obstante, la trayectoria de Klimt se remonta a algunos años atrás. En 1883 abrió un taller de decoración con su hermano Ernst. Tuvieron importantes encargos de murales que mantienen el estilo historicista aprendido de su maestro Hans Makart. Fue debido al éxito obtenido como decorador de importantes teatros y villas, que en 1892 le fueron encargados unos murales para los plafones del Aula Magna de la Universidad de Viena. Estos debían hacer referencia a la filosofía, la medicina y la jurisprudencia. Klimt trató estas alegorías de forma abiertamente erótica y sensual, lo que escandalizó al equipo docente por considerar que violaban la moral. Luego de ser muy criticado y de vivir por situaciones que consideró denigrantes, rechazó seguir ejecutando el encargo. Sin embargo, el erotismo y la sensualidad fueron temas trabajados por algunos años más.
Su preferencia por retratar mujeres se hizo cada vez más patente. Al comienzo, figuras femeninas frontales; luego en posiciones cada vez más contorsionadas y sensuales, al punto de que se le conoce como el “pintor de los instintos”.
Así, entre 1907 y 1908 pintó una de sus obras más conocidas: El beso, perteneciente a la llamada etapa dorada de Klimt. Ello se debe a la aplicación de laminillas de oro sobre la superficie del lienzo, técnica que varios historiadores han asociado con el dorado de los mosaicos bizantinos que este artista vio durante unos cortos viajes a Venecia y Rávena.
El beso muestra a una pareja cuyos cuerpos parecen fundirse en uno solo debido a la intensidad del abrazo y al dorado que unifica tanto al fondo como a las figuras. El tratamiento pictórico es el que establece la diferenciación entre las partes corporales y las vestimentas de los personajes según el diseño de las telas, además de las flores del jardín y las que adornan sus cabezas. La obra es una las más representativas del tema amoroso en la historia del arte moderno.
Luego de un viaje a París en 1909, Klimt cambió el tono de su pintura. Abandonó las ambientaciones doradas aun cuando mantuvo su estilo abarrocado. Su obra se volvió más dramática. Los personajes se contorsionan en actitud tal vez más doliente, algo inevitable al encarar la fugacidad de la vida o presenciar la muerte, una realidad imposible de eludir.