"El Beso" de Constantin Brancusi
Por Susana Benko.
El escultor rumano Constantin Brancusi llegó a París en 1904, ciudad donderesidió hasta el fin de sus días en 1957. En ese entonces, Auguste Rodin continuaba siendo el gran escultor del momento. Sin embargo, a diferencia de otros jóvenes que asistían al maestro en calidad de discípulos, Brancusi se negó a formar parte de su taller. Y es que Rodin suscitaba pasiones y rechazos. Una razón para rechazarlo era que a él no le gustaba trabajar la talla. Esa faena se la dejaba a sus discípulos quienes, mediante un sistema mecánico de puntos, transferían a la piedra formas previamente modeladas por el maestro. Fue así como se realizó en mármol blanco una de las versiones de El beso de Rodin.
Tallar y modelar son técnicas escultóricas radicalmente distintas, lo que ha sido motivo de diatriba entre escultores a lo largo de la historia del arte. Ello cobró mayor fuerza a inicios del siglo XX, momento en que el desdén hacia el modelado fue tajante. Varios jóvenes vanguardistas de entonces consideraban que la verdadera escultura se hacía mediante la talla directa sobre un material duro como la madera o la piedra. Se pretendía, además, crear formas nuevas sin imitar la realidad y así seguir el espíritu de aquellos tiempos modernos. Paradójicamente, la talla no es una técnica vanguardista: se la emplea desde la remota prehistoria y ha sido utilizada durante siglos. Brancusi tenía conciencia de ello. La prueba: El beso, serie de piezas que comienza a tallar en 1907, mediante un concepto moderno y a la vez arcaico.
Rudolf Wittkower, reconocido historiador del Instituto Warburg de Londres, señaló que esta obra probablemente es una respuesta adversa a El beso de Rodin. En efecto, Brancusi no buscó la forma exacta y sensual de los cuerpos abrazados que vemos en la pieza de aquél. Por el contrario, optó por dejar la masa cúbica de la piedra con muy poca modificación. Mediante el cincelado grabó surcos que esbozan sintéticamente la presencia de dos figuras abrazadas que se besan. Sin embargo, suprimió cualquier asomo de subjetividad a partir de este tema, algo muy propio del arte del siglo XX: la impersonalidad. Basó la expresividad de la obra en la riqueza de su condición primaria: en la escultura como forma, como materia. De allí su apariencia simple y arcaica, que sin duda es intencional.
Brancusi, como otros artistas vanguardistas, se interesó por las culturas originarias, especialmente las de África. Era asiduo visitante de museos etnográficos en París, razón por la que no buscaba modelos formales en la tradición occidental. Tomó en consideración estas expresiones arcaicas u originarias y, en cierto modo, captó de ellas la manera de sustraer lo esencial de las formas. Por esta vía llegó en poco tiempo a la abstracción en la escultura.