"El Beso automático" de Alfredo Ramirez: Una mecánica de los afectos

 


 

 

Por Susana Benko.

Representar el cuerpo humano como una máquina fue un distintivo particular de las vanguardias artísticas del siglo XX. En 1912, Marcel Duchamp pintó su famoso Desnudo bajando una escalera. En esta pintura, un cuerpo es visto como una máquina en movimiento mediante la representación sucesiva de sus miembros. Luego el mismo Duchamp concibió una “máquina de seducción” con su pieza conocida popularmente como el Gran vidrio, en la que aparecen dibujadas figuras de apariencia mecánica. En la parte superior se encuentra la novia que emana señales amorosas que llegan a sus pretendientes quienes se encuentran en el plano inferior. Ante la excitación, estos se activan y reaccionan como si fueran los componentes de una máquina en funcionamiento. Toda esta dinámica se sugiere conceptualmente, porque nada de esto sucede visualmente. Vemos sólo un dibujo sobre un vidrio. Por algo se considera a Duchamp antecesor del arte conceptual.

Décadas después el artista venezolano Alfredo Ramírez se propuso materializar la fisiología del amor mediante vistas en rayos X y esculturas electromecánicas. Estas últimas son máquinas en movimiento que aluden al beso sin romanticismo y con frialdad. Costanza De Rogatis las describe como “una fascinante artificialidad”.

Ramírez ha hecho varias versiones de besos. Una de ellas es la instalación de 1992 llamada El beso automático. La obra presenta componentes ovoidales y un ventilador del que emana “un viento divino” que infla una tela azul que representa la lengua. Al inflarse la tela ocurre el “beso automático”, pero también la unión amorosa entre un hombre y una mujer. Esta obra antecede a otro Beso automático realizado en 1998, que consiste en el beso de unas siamesas unidas a un andamiaje que es su columna vertebral. Representar cuerpos con este tipo de anomalía es uno de los temas tratados por Ramírez en esta etapa de su trayectoria. En esta pieza en cuestión, dos cabezas cubiertas con silicona se besan una y otra vez gracias al uso de electricidad. Ellas giran sobre su eje encontrándose frente a frente, momento en que se produce una descarga eléctrica. El sonido y la chispa sorprenden, así como la apariencia casi momificada de ambas cabezas. Hay, sin duda, cierta frialdad en esta expresión mecánica de los afectos, imagen que, guardando las distancias de estilo, medios y técnicas empleados, produce similar sensación de “asepsia” que vemos en los rostros ocultos de Los amantes de Magritte.

En los años noventa, Alfredo Ramírez trabajó el cuerpo humano de muchas maneras, siempre desde su interioridad: visiones en rayos X, columnas vertebrales, órganos del aparato digestivo hechos con resina, partes corporales en metal, y esculturas electro-mecánicas como las mencionadas. En estas últimas, la electricidad es, según Ramírez, “la representación de un impulso vital. Es pulsión de vida”, chispazo que se da en el momento justo cuando se produce el beso.