Calder en París y en Caracas
Por Susana Benko.
La visita que hizo Alexander Calder a Piet Mondrian en su taller en París, lo dejó a tal punto impresionado que ello dio un giro total a su obra artística. El hecho ocurrió en 1930, cuando pocos años antes todavía él pintaba obras figurativas, en particular, escenas de circo. El viaje a esta ciudad signó sin duda el rumbo que habría de tomar sus futuros proyectos artísticos.
La obra de Mondrian, abstracta y sustentada en planos de colores puros, no sólo influyó notablemente en el trabajo posterior de este artista norteamericano, sino que le reveló otras alternativas que inmediatamente propuso a Mondrian: llevar la contundente estabilidad de sus estructuras pintadas a base de tramas verticales y horizontales a la movilidad. En otras palabras, crear “pinturas tridimensionales en movimiento”. Por supuesto Mondrian no aceptó.
La visita fue crucial pues Calder realizó entonces sus primeras obras abstractas. Como Mondrian, usó colores primarios, pero su espíritu inquieto hizo que concibiera obras tridimensionales con movimiento, unas accionadas con una manivela, otras con motor. Seguidamente realizó los “móviles”, piezas tridimensionales cuyas partes se mueven con las corrientes de aire y la interacción humana. También creó obras abstractas “estacionarias” que Jean Arp denominó “estables” o “stábiles”, llamadas así por tener asiento en el piso, pero son igualmente móviles porque tienen elementos suspendidos que se balancean según el fluir del aire.
Fue precisamente en esos años treinta que el arte abstracto tuvo enorme popularidad en París. Calder formó parte del grupo de artistas que promovió la “abstracción pura” en el arte, cuyas ideas publicaban en la conocida revista “Abstraction-Création”, fundada para tal fin. Más tarde, en 1933, escribió en el catálogo de una exposición en Massachusetts lo siguiente: “¿Por qué no formas plásticas en movimiento? No es un simple movimiento rotatorio o de traslación, sino varios movimientos de diferentes tipos, velocidades y amplitudes que se componen para formar un todo resultante. Así como se pueden componer colores o formas, también se pueden componer movimientos.” Estas palabras resumen la esencia de su obra cinética.
En Venezuela la obra de Calder está presente en varias colecciones. La más importante: los “platillos voladores” que se encuentran en el plafón y paredes laterales del Aula Magna de la Ciudad Universitaria. El arquitecto Carlos Raúl Villanueva le solicitó en 1952 que realizara un gran móvil para la entrada de este teatro. Calder rehusó y propuso diseñar los paneles que solucionarían la sonoridad de ese espacio monumental. Su formación de ingeniero y artista fue crucial en esta proeza. Formó equipo con los ingenieros acústicos Bolt, Beraneck y Newman. Tiempo después Calder declaró: “Imponer la idea de construir e instalar los ‘Platillos voladores’ en el Aula Magna debió exigir una gran valentía. Lo que hice, al proponerlo, no es nada comparado con tal coraje. Ninguno de mis móviles ha hallado un ambiente más extraordinario... o más grandioso. Es éste el mejor monumento a mi arte.”