Jerónimo Bosch, El Bosco: Entre el Paraíso y el Infierno.
Por Susana Benko.
En Flandes, región europea conformada por Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, el arte tuvo durante el Renacimiento un desarrollo muy particular.
No hubo influencia del estilo renacentista italiano. Por el contrario, artistas flamencos como Jerónimo Bosch, mejor conocido con el apodo de “El Bosco”, y Pieter Brueghel El Viejo, apelaron a las tradiciones medievales y a la herencia pictórica de artistas que los antecedieron como, por ejemplo, Jan Van Eyck, entre otros.
Detengámonos en El Bosco. Su obra no se atiene a clasificación alguna. Su pintura representa el mundo imaginario de la Edad Media, llena de simbolismos y descripciones de un mundo onírico que oscila entre lo paradisíaco y lo descarnado, tal como es la naturaleza humana. Representó el Paraíso y también el Infierno, este último no sólo como lugar demonizado sino también como esa condición de ciertas almas propensas a sufrir múltiples miserias y pesadillas: precisamente, la de los pecadores.
El Jardín de las Delicias es una de sus obras maestras, tal vez la más conocida. Veamos qué sucede en ella. Es un tríptico que puede abrirse y cerrarse. Cuando está cerrado vemos la representación de la Creación del Mundo: un planeta transparente que contiene todos los elementos naturales, pero sin animales ni personas. Abierto, representa a la “variedad del mundo”.
El panel izquierdo está dedicado al Paraíso. Abajo en el centro están Adán y Eva. En el medio, una fuente. En el resto del panel, la visión de la naturaleza es armónica, con suaves colinas y animales que rondan libres por esas praderas.
El panel central es el que da el nombre a la pieza: El jardín de las Delicias. La humanidad aquí está desbocada disfrutando de los placeres del pecado. Está entregada a la lujuria y a los excesos. Arriba del panel hay un estanque cuya función es misteriosa. Tal vez esté para bañar las almas y liberarlas del pecado.
Sin embargo, les espera el infierno. Éste se encuentra en el panel derecho. Aquí se describen los tormentos de un mundo demoníaco en un ambiente oscuro donde se contraponen el frío del hielo y el calor del fuego. Las imágenes son de dolor y agonía. Es la pesadilla infernal.
Esta obra de alguna forma nos recuerda que la belleza es frágil y la felicidad efímera. Puede que la intención de El Bosco al realizarla haya sido moralizante. Lo cierto es que años más tarde el rey Felipe II de España, coleccionista y admirador de este artista, la adquirió y la llevó al Monasterio de El Escorial en 1593. Entonces todavía el Tribunal de la Santa Inquisición, aquélla que castigaba con pena de muerte a los herejes y pecadores, se encontraba ejecutando su actividad censora. El Jardín de las Delicias permaneció allí, en El Escorial, hasta el fin de la Guerra Civil Española e ingresó al Museo del Prado en 1939 como parte de su Patrimonio Nacional.