Alirio Palacios, la noche, la oscuridad

Por Susana Benko.
Alirio Palacios fue un artista que siempre se destacó por tener una personalidad atenta a superar desafíos. La prueba: su voluntad de trascender las limitaciones de cualquiera de los medios expresivos que trabajó. Se las ingeniaba para ampliar formatos e inventar nuevas técnicas con materiales, en muchos casos, poco convencionales.
Tenía, sin duda, arrojo. Así lo describió Eugenio Montejo al realizar un estudio sobre su obra. Señaló, muy acertadamente, que Palacios logró conjugar el dominio técnico con la expresión de lo intuitivo, eso que este poeta llamó "el alma que se expresa en su obra".
Muy joven, Palacios salió del país para ampliar su formación artística escogiendo destinos culturalmente difíciles: vivió en China, Polonia, Alemania y Suiza. Sin duda, fue un gran esfuerzo comprender y hacerse entender en esas latitudes. Pero lo importante es que aprendió y dominó las técnicas tanto de la pintura como del grabado, oriental y occidental. Lo aprendido en aquellos lugares, junto con su propia iconografía procedente de su geografía natal, el Delta del Orinoco, hacen que su obra adquiera una densidad poco vista en el arte venezolano: precisamente, una obra llena de alma.
El paisaje del Delta, por otro lado, está lejos de ser un lugar apacible. Puede ser devastador porque, en cualquier momento, en la noche, la muerte puede aparecer de manera sorpresiva. Por eso, el negro es tan recurrente en la obra de Palacios. Le pertenecía como vivencia y también como herencia de su formación china en la que el negro es un principio esencial. Como decía el artista: necesitaba expresar "el negro profundo".
El uso de la tecnología tiene entonces enorme importancia. La robótica, por ejemplo, está utilizándose cada vez más para dar mayor efecto de realidad. Dos exposiciones en París fueron notables: en 2022, el Museo Maillol realizó la muestra llamada Hiperrealismo. Esto no es un cuerpo. En la esquina de una de sus salas se encontraba una figura de un hombre enyesado sobre una silla de ruedas. Hablaba solo y parecía real por el movimiento de sus labios y ojos. Así lo concibieron los artistas Glaser y Kunz.
Tal vez esta sea la razón por la que Montejo estableció en su estudio una afinidad entre Armando Reverón y Alirio Palacios. Consciente de sus diferencias formales -pues, uno parte de la luz y el otro de la oscuridad- consideró que ambos artistas coinciden en crear, de manera obsesiva, el mundo particular que les pertenece. Esta obsesión se convierte en desafío y voluntad de trascendencia. En el caso de Alirio Palacios se ve en su dibujo, particularmente a partir de los años setenta, cuando se produjo el llamado «Boom del nuevo dibujo», y, sin duda, en el grabado posterior, pues en ambos medios amplió drásticamente sus formatos. Asimismo, en la escultura.
Años después realizó sus Concretografías, imponentes relieves en placas de hormigón talladas por él mismo, con los que creó grabados de gran formato sobre papel. A través de estas obras, rindió homenaje gráfico a grandes maestros del arte del pasado. Uno de ellos es Lin Ku-Lin, un antiguo maestro chino, autor de un grabado que representaba un caballo, motivo que Palacios exploró de manera constante en su obra gráfica, su pintura y sus esculturas.
El Delta y la cultura china dejaron su huella en el alma de Alirio Palacios. No solo conoció a fondo el mundo de la gráfica y del papel, también consolidó su amor por la naturaleza, la noche y la oscuridad.
