Michelena y Delacroix

 

 

Por Susana Benko.

Marruecos y otros lugares del África del Norte y del Asia Menor fueron territorios de interés para varios artistas del siglo XIX. El exotismo, el brillo y el color de esas culturas de alguna manera sensibilizó emociones en el alma romántica de aquellos tiempos. En 1832, el pintor Eugène Delacroix marcó un importante precedente al acompañar al conde de Mornay a una misión diplomática llevando un mensaje de paz al sultán de Marruecos, Moulay Abderrahmane. Entonces era un apreciado artista, representante del mejor romanticismo francés. Ya había pintado su emblemático cuadro La libertad guiando al pueblo, hoy estandarte de los principios libertarios franceses y, mucho antes, en 1827, pintó otra de sus magnas obras, La muerte de Sardanápalo. En esta se hace evidente cómo Delacroix sentía admiración por la cultura oriental antes de su viaje. Esta pintura relata la trágica escena cuando Sardanápalo, rey legendario de Asiria, se sacrifica luego de mandar a degollar a todas sus mujeres, servidumbre y hasta sus caballos, al verse asediado por sus enemigos. La escena expresa el dramatismo de la situación mediante una composición abarrocada, muy dinámica, a la vez que el artista pone en relieve la sensualidad de las figuras.

Delacroix documentó paisajes y costumbres de Andalucía, Argelia y Marruecos mediante dibujos, acuarelas y sus detallados diarios de viaje que le permitieron continuar pintando estos temas de vuelta a Francia.

Décadas más tarde, un notable artista venezolano, pintó también obras de temas orientales. Se trata de Arturo Michelena, quien tuvo una sólida formación académica en Venezuela y en Francia. Siendo muy joven, aun en su país, pintó en 1885 Judith y Holofernes, pieza que antecede a Mujer oriental, pintada tres años más tarde en París. En esta última, se destaca la ornamentación en el decorado y el color vibrante del vestuario, acorde con el tema tratado.

Las pinturas de motivos orientales de Michelena revelan, a su vez, una factura fuertemente romántica que nos hace pensar en Delacroix. Sin embargo, para 1888 en adelante, el fervor romántico europeo había pasado ya. Aun así, buscó expresar algo de irracionalidad y pasión. Hacia 1890 pintó Fantasía árabe. En esta pieza prestó mayor atención a las figuras en movimiento, acentuando la sensación de velocidad de los caballos al galope. Pero es en Pentesilea, pintado en 1891, donde Michelena concilia la disciplina del pintor académico con una escena plena de emotividad: la batalla entre griegos y amazonas sobre el río Termodón, en la actual Turquía. No cabe duda que el ímpetu y el arrojo de su alma romántica están presentes en esta espectacular obra dada su composición abarrocada y monumental.

Parecería, entonces, que Michelena asimiló estas dos actitudes en principio opuestas: el que respeta las normas académicas centradas en la investigación de una historia, y la del artista apasionado, que opta por una alternativa acorde con los problemas plásticos y la emotividad. En cualquiera de los casos, él poseía la disciplina y la capacidad expresiva para lograrlo. Tuvo clara conciencia del oficio, igual que Delacroix.