Vanguardia en Rusia (III). El constructivismo de Vladimir Tatlin
Por Susana Benko.
Hacia 1920 el artista ruso Vladimir Tatlin proyectó una torre metálica en forma helicoidal que debía ser la sede de la “Tercera Internacional” en San Petersburgo. Debía tener 400 metros de alto y superar a la Torre Eiffel en París. Su posición inclinada desafiaba la escala y también la ingeniería. En su interior debían construirse cuatro estructuras de vidrio con formas distintas: un cubo, una pirámide, un cilindro y media esfera. Esta torre nunca se construyó pero sus maquetas quedan como emblema de uno de los movimientos más interesantes del arte moderno en ese país: el constructivismo.
Este movimiento se desarrolló durante las dos primeras décadas del siglo XX en paralelo al suprematismo. Si bien tuvo en sus inicios relación con las formas supremacistas, especialmente en las obras de El Lissitzky y algunas piezas constructivas de Tatlin, lo cierto es que sus objetivos difirieron considerablemente. Mientras Malevitch proponía la “pura sensibilidad plástica”, es decir, la abstracción pura suprematista, Tatlin, y otros constructivistas como Alexander Rodtchenko y el mismo Lissitzky, por el contrario, consideraron el arte en relación estrecha con el diseño, la arquitectura e incluso la ingeniería. La integración de nuevos materiales, máquinas y tecnología en los procesos creativos estaba en consonancia con el espíritu moderno de aquellos tiempos. Este anhelo de modernización, paradójicamente, fue asociado con el proceso revolucionario que se producía en esos años en Rusia.
La vida de Tatlin tiene aristas interesantes. Nació en Ucrania en 1885. A los 18 años se alistó como marinero y entre viajes, estudió arte en Moscú. Luego, en 1914, fue a París y cumplió uno de sus grandes cometidos: conocer a Pablo Picasso, quien ejerció una importante influencia. Regresó entonces a Rusia renovado. Dejó la pintura y se centró en la escultura por lo que estudió el comportamiento de los materiales. Sus primeros relieves semejaban a los collages cubistas pero luego adquirió tal soltura y novedad que se le considera por ello iniciador de la escultura moderna en Rusia.
Para Tatlin, una escultura abstracta debía provenir de una “cultura de los materiales”. Asimismo, debía poseer principios constructivos lo que la conduce, simultáneamente, a una renovación técnica. Su obra, por ello, se la relaciona con la producción y el diseño industrial. Importantes son sus ensamblajes con materiales no tradicionales como cemento, cuero, vidrio, hierro, entre otros. Estas piezas, conocidas como “Contra-relieves”, son esculturas abiertas, sin soportes, sin masa ni volumen, conformadas por líneas y planos geométricos hechos con la heterogeneidad de los materiales antes mencionados. Dan apariencia de levedad por estar adosadas entre dos paredes y sustentarse prácticamente en el aire. La integración del espacio es un elemento esencial en la obra de Tatlin.
A partir de 1920, radicalizó la idea de que el arte debía ser útil a la sociedad y tener mayor relación con la vida. Es cuando concibe el “Monumento a la III Internacional”, su famosa torre monumental. Igualmente, creó el “Létatlin”, fusión de palabras ‘volar’ en ruso con su apellido, ‘Tatlin’. Una “máquina voladora” que nunca logró despegar.